Las paredes se cerraban mientras la puerta se abría… corrí hacia la luz…
Pero se apagó.
Entonces me quedé a oscuras.
No grité, no lloré, no supliqué que volviera. Y de repente me sentí cómodo conmigo mismo.
Igual esa era la clave.
Que aunque la luz de la salida se apague uno se sigue teniendo a sí mismo. Y siempre podemos gatear a oscuras para volver a encontrar la puerta mientras las paredes se cierran y mientras del dos pasamos al cuatro y del tres al cinco y luego al cuatro de nuevo. Porque, ¿qué más da lo que diga si el sentimiento se transmite? Tampoco podemos hacer que el cinco siempre sea una ardilla. Lo mejor es que si quieres que lo sea… ¡lo será!
Y allí, detrás de una cortina de humo, con gafas de cigarrillos y cuatro (sí, cuatro) botellas de cerveza, la noche pasó lenta y borrosa entre mareo y mareo, canción y canción, beso y beso y vuelvo al cuatro porque es hacia donde quiero mirar. Porque miro hacia donde quiero mirar y no hacia donde hay que hacerlo (aunque no quiere decir que el cuatro decida, a no ser que yo decida que decide o que decida que la decisión es decididamente mía).
Además… ya sabes lo que dicen: “”Si matas una vaca… tendrás que hacer hamburguesas!”
Me encantas, que lo sepas =)
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