jueves, 26 de abril de 2012

Moon Fairy's Lake

"Close your eyes and open your mind..."

El arroyo susurraba a coro con el viento entre los árboles el retorno de su Rey. Se oía correr por todos los bosques de Alewae el rumor del regreso de su majestad, y la vida parecía florecer con nuevos colores.  Los corazones se iluminaban y compartían una alegría compañera de la tristeza por la muerte de la Reina. Todo el campo se cubrió de flores violetas. Recuerdo la primera de ellas en aquella noche de primavera, como si fuera ayer...

Corría entre los árboles para despejar la mente; al fin y al cabo, era lo único que nos mantenía vivos a aquellos que eran como yo. El Señor de los Doce Templos se había apoderado del Reino con una magia tan poderosa como oscura, y sobre las almas de los alewaeianos había caído un manto de pesar, negro como la noche. Era extraño oírme hacer esas comparaciones... al fin y al cabo, mucho antes de la muerte de la Reina, nuestros mayores nos enseñaron que para que haya luz, ha de haber tinieblas; que para ver sonreír a las flores teníamos que entender que las lágrimas del cielo eran necesarias. De alguna forma, respetábamos nuestro mundo y nos sentíamos vivos en cada sensación. Y la noche era una de esas sensaciones que pude haber llamado "preferida", ya que eran en las que mi amiga Emerald y yo nos escapábamos a la luz de las estrellas para correr con las hadas de la luna, como las llamaban los lugareños que vivían en los alrededores de la Academia. Nosotros las estudiamos como féricos nocturnos, pero nos gustaba cómo sonaba su nombre lejos de los círculos académicos. Las Hadas de la Noche solían habitar un estanque, muy cerca de donde vivíamos, y en las noches de luna llena brillaban en un tono azulado y pálido y bailaban sobre el espejo negro que era la superficie del agua. No estoy seguro de si tenían boca para hablar, o tan siquiera para sonreír, pero Emerald me decía que podía oírlas cantar... Llamábamos a nuestro lugar secreto el "Lago de la Luna", cuando no era mucho más que un charco grande... 

Volviendo a aquella noche de carrera, recuerdo haber llegado al Lago de la Luna jadeando y cansado. Esa noche los féricos no bailaban sobre la superficie, ya que la luna era tan oscura como las pupilas de un troll, y no soplaba ni un ápice de viento. Parecía que hasta las estrellas estaban de luto por su amada Reina. Un sudor frío me recorría la espalda. Me senté en el suelo y apoyé la espalda en el tronco más cercano. Tal y como nuestro maestro de control nos había enseñado hasta la hiperventilación, cerré los ojos, inspiré y distribuí el aire de forma equitativa en los pulmones, llenándolos de abajo a arriba. Aguanté cuatro latidos de mi corazón y espiré con tranquilidad, concentrándome mucho en derramar sobre el estanque los recuerdos de esta horrible tarde. Entonces la vi. Una flor que jamás había visto en nuestro Lago de la Luna. Tenía un tímido color violeta, como si no quisiese destacar de entre las plantas de su alrededor, aunque evidentemente lo hiciese... En ese momento no supe qué significaba; sólo supe que algo estaba a punto de cambiar.