martes, 27 de marzo de 2012

Ostara Midnight

I amar prestar aen: han mathon ne nen, han mathon ne chae... a han noston ned 'wilith...

La calidez de la noche invitaba a navegar por el mar de constelaciones que desafiaban la intermitente luz de las farolas. Habíanle enseñado a aquél muchacho que contemplaba el firmamento desde su ventana que el hombre no podía volar. Pero el muchacho sabía que eso no era cierto, ya que cada noche, cuando todos dormían, su imaginación le transportaba a lugares remotos a la velocidad del pensamiento. Había noches en las que surcaba los grandes océanos y nadaba con las sirenas, otras bailaba a la luz de las diferentes lunas con los elfos de los bosques, a veces se enroscaba en las melodías de los elementales del aire y otras veces escuchaba el susurro del desierto desde la paz de la cumbre de las Pirámides.

¿Quién podrá robar la inocencia de aquél que ve la vida con los ojos de un niño, sino él mismo? No es el entorno el que nos somete, sino nuestra disposición a ser sometidos por el mismo...





martes, 6 de marzo de 2012

If sometime I did...

"I hear you talk, but I don't hear you speak..."

Si alguna vez supe cómo es el tacto de la tierra por haberla tenido entre mis manos, lo olvidé al creerme que era mía. Si alguna vez supe cómo es el canto del agua por haberlo oído mientras nadaba, lo olvidé por envidiar su melodía. Si alguna vez supe cómo huele el aire por haberlo surcado volando, lo olvidé al pensar que sólo yo en las alturas podría olerlo. Si alguna vez probé el sabor del fuego danzando entre sus llamas, lo olvidé al quemarme con la llamarada de la pasión. Si alguna vez vi los fantásticos colores del éter por dibujarlos en el firmamento, lo olvidé al bajar el pincel por pereza a seguir dibujando.

Si alguna vez sentí el Amor, por haber sido amado y habiendo sabido corresponder, lo olvidé por querer más, cuando lo tenía todo, por defenderme cuando no hubo ataque, por creerme en posesión del mismo, por envidiar sus cualidades, por creerme por encima de él, por quemarme en la pasión, por no esforzarme en entenderlo... cuando no se puede tener más por ser todo él el todo, no se puede defender porque no hay nada que pueda dañarlo, no se puede poseer porque todo lo penetra, no se puede envidiar porque está al alcance de todos, no se puede quemar porque no tiene un cuerpo con el que arder, no se puede perder porque nunca se va...

jueves, 1 de marzo de 2012

Con la razón por bandera

El siguiente texto es un ensayo breve, a modo de crítica, acerca de la obra del ilustrado Condorcet que se cita a continuación, redactado en la carrera de Filosofía para la asignatura "Historia de la Ciencia Contemporánea". Es no más que el esbozo de un tema que puede alcanzar considerable dilatación ya que abarca los principios de la Razón como actividad puramente Humana sobre la que se asienta una forma de desarrollo ilimitado. Por consiguiente, y debido a que no me era posible, por indicaciones del profesor, extenderme más, el texto se presenta como una molécula entre las miríadas de gotas de agua que conforman el océano de debate.

El análisis y síntesis que Condorcet realiza en su obra “Bosquejo de un cuadro histórico de los progresos del espíritu Humano” está definido, como indica el título, por una línea histórica a través del cual su idea de conocimiento como forma de progreso ilimitado y exclusivo del ser humano va configurándose a través de las diez épocas que componen su obra. Éste ensayo se centra, concretamente, en la última de las épocas, es decir, aquella referida a los futuros progresos del espíritu humano.

La piedra angular de los escritos de Condorcet que nos ocupan reside en la idea de la perfectibilidad del ser Humano en su totalidad, desde sus aspectos más densos como máquina biológica, hasta los rincones más sutiles de su mente: todo es perfectible en grado sumo, y en especial la propia razón. Y su explicación es extensa a la totalidad de los fenómenos relacionados con su idea de “perfección”, desde el desarrollo de los sentidos y su transmisión a futuras generaciones, como la Moral y las Facultades Intelectuales, en las que la educación juega un papel fundamental en la modificación (hacia mejor) de cada uno de los eslabones de la cadena evolutiva con respecto al anterior. En sus propias palabras, el futuro sustraería del azar al ser Humano y debilitaría a los “enemigos” de sus progresos. La razón es la defensa y el propio aval de este progreso.

La optimista profetización del escritor ilustrado predice una cantidad interesante de “avances” desde su perspectiva que muy acertadamente tenderían a desarrollarse en las épocas futuras, y con gran acierto podría llegarse a aventurar que algunos otros están todavía por venir. Aún así, la exposición acerca del perfeccionamiento del ser Humano, que se cristaliza entre las páginas más como un anhelo de ilimitación ante las conquistas futuras que una exposición real de aquello que puede hacerse de forma efectiva, además de tener sus bases en el extenso análisis histórico que sirve de premisa para su ulterior conclusión, ya expuesta. Y puede ser esta minuciosidad histórica o el desmedido ensalzamiento de lo racional, la que constituya uno de los puntos débiles de su exposición: Condorcet da por sentada la preeminencia de la Razón sobre todas las facultades humanas como Piedra Filosofal de un progreso infinito del que sólo Dios podría poner freno habiendo establecido límites en la propia Naturaleza, y no sólo eso, sino que la expone como la más deseable de las facultades y a la que más se irá tendiendo indudablemente a medida que se “progrese” en tanto que es una actividad puramente humana (lo que nos remitiría a Aristóteles).

El autor critica con mucha dureza la Filosofía anterior a la Ilustrada (con excepción de la Grecia Clásica), como Edad Oscura gobernada por la superstición y el error, y quizá se olvida de que las dimensiones del ser Humano son más extensas que el no tan preeminente y muy sobreestimado dominio de la razón, como ocurre, por ejemplo, en el caso de los actos más cotidianos del día a día, donde factores como la emoción o el hábito condicionan más notablemente la conducta.

El problema que presenta este capítulo de conclusiones de la décima época es, pues, el sustento de sus premisas, en las que, si bien el análisis ha sido escrito de forma detallada y completa, se da por sentado que existen unas “entidades malignas” con motivación egoísta que retrasan el arrollador progreso de la razón, como si ésta, a modo de Héroe de las antiguas epopeyas, se fuese abriendo camino con dificultad a través de las eras hasta conquistar su estimada meta. Tristemente, sabemos por experiencia que esa gesta de la razón por establecerse en el poder que le fue dado como destino por Condorcet y otros Ilustrados racionalistas, somete a las demás formas de pensamiento a una Tiranía en las que sólo aquellas formas de corte racional son capaces desenvolverse con cierta naturalidad en un mundo en el que las disciplinas del Saber parecen necesitar de reconocimiento colectivo a través de la publicidad, con la etiqueta de “ciencia” por bandera, garante de la aceptación incuestionada de sus logros. Quizá Condorcet, que utilizó a Aristóteles como héroe de su causa, no llegó a comprender el mensaje de éste en su totalidad.

D.