jueves, 1 de marzo de 2012

Con la razón por bandera

El siguiente texto es un ensayo breve, a modo de crítica, acerca de la obra del ilustrado Condorcet que se cita a continuación, redactado en la carrera de Filosofía para la asignatura "Historia de la Ciencia Contemporánea". Es no más que el esbozo de un tema que puede alcanzar considerable dilatación ya que abarca los principios de la Razón como actividad puramente Humana sobre la que se asienta una forma de desarrollo ilimitado. Por consiguiente, y debido a que no me era posible, por indicaciones del profesor, extenderme más, el texto se presenta como una molécula entre las miríadas de gotas de agua que conforman el océano de debate.

El análisis y síntesis que Condorcet realiza en su obra “Bosquejo de un cuadro histórico de los progresos del espíritu Humano” está definido, como indica el título, por una línea histórica a través del cual su idea de conocimiento como forma de progreso ilimitado y exclusivo del ser humano va configurándose a través de las diez épocas que componen su obra. Éste ensayo se centra, concretamente, en la última de las épocas, es decir, aquella referida a los futuros progresos del espíritu humano.

La piedra angular de los escritos de Condorcet que nos ocupan reside en la idea de la perfectibilidad del ser Humano en su totalidad, desde sus aspectos más densos como máquina biológica, hasta los rincones más sutiles de su mente: todo es perfectible en grado sumo, y en especial la propia razón. Y su explicación es extensa a la totalidad de los fenómenos relacionados con su idea de “perfección”, desde el desarrollo de los sentidos y su transmisión a futuras generaciones, como la Moral y las Facultades Intelectuales, en las que la educación juega un papel fundamental en la modificación (hacia mejor) de cada uno de los eslabones de la cadena evolutiva con respecto al anterior. En sus propias palabras, el futuro sustraería del azar al ser Humano y debilitaría a los “enemigos” de sus progresos. La razón es la defensa y el propio aval de este progreso.

La optimista profetización del escritor ilustrado predice una cantidad interesante de “avances” desde su perspectiva que muy acertadamente tenderían a desarrollarse en las épocas futuras, y con gran acierto podría llegarse a aventurar que algunos otros están todavía por venir. Aún así, la exposición acerca del perfeccionamiento del ser Humano, que se cristaliza entre las páginas más como un anhelo de ilimitación ante las conquistas futuras que una exposición real de aquello que puede hacerse de forma efectiva, además de tener sus bases en el extenso análisis histórico que sirve de premisa para su ulterior conclusión, ya expuesta. Y puede ser esta minuciosidad histórica o el desmedido ensalzamiento de lo racional, la que constituya uno de los puntos débiles de su exposición: Condorcet da por sentada la preeminencia de la Razón sobre todas las facultades humanas como Piedra Filosofal de un progreso infinito del que sólo Dios podría poner freno habiendo establecido límites en la propia Naturaleza, y no sólo eso, sino que la expone como la más deseable de las facultades y a la que más se irá tendiendo indudablemente a medida que se “progrese” en tanto que es una actividad puramente humana (lo que nos remitiría a Aristóteles).

El autor critica con mucha dureza la Filosofía anterior a la Ilustrada (con excepción de la Grecia Clásica), como Edad Oscura gobernada por la superstición y el error, y quizá se olvida de que las dimensiones del ser Humano son más extensas que el no tan preeminente y muy sobreestimado dominio de la razón, como ocurre, por ejemplo, en el caso de los actos más cotidianos del día a día, donde factores como la emoción o el hábito condicionan más notablemente la conducta.

El problema que presenta este capítulo de conclusiones de la décima época es, pues, el sustento de sus premisas, en las que, si bien el análisis ha sido escrito de forma detallada y completa, se da por sentado que existen unas “entidades malignas” con motivación egoísta que retrasan el arrollador progreso de la razón, como si ésta, a modo de Héroe de las antiguas epopeyas, se fuese abriendo camino con dificultad a través de las eras hasta conquistar su estimada meta. Tristemente, sabemos por experiencia que esa gesta de la razón por establecerse en el poder que le fue dado como destino por Condorcet y otros Ilustrados racionalistas, somete a las demás formas de pensamiento a una Tiranía en las que sólo aquellas formas de corte racional son capaces desenvolverse con cierta naturalidad en un mundo en el que las disciplinas del Saber parecen necesitar de reconocimiento colectivo a través de la publicidad, con la etiqueta de “ciencia” por bandera, garante de la aceptación incuestionada de sus logros. Quizá Condorcet, que utilizó a Aristóteles como héroe de su causa, no llegó a comprender el mensaje de éste en su totalidad.

D.

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