viernes, 13 de enero de 2012

La canción de Eros y Kalón

(El siguiente texto es un extracto de un trabajo que tengo que presentar mañana en clase de Metafísica; representa mi opinión en cuanto al Amor (Eros) y la Belleza (Kalós), a partir de un análisis de Banquete, de Platón.)

El Amor y la Belleza, dos palabras que inspiran las más espléndidas obras de arte y las locuras más increíbles, han sido tan empleadas a lo largo de la Historia que sus significados originales aún pueden pasarnos desapercibidos, por falta de profundización en los mismos. No es extraño que una sociedad poco acostumbrada al pensamiento, y que olvidó la antigua costumbre del agorazein (pasear, ir al Ágora a ver qué se dice, conversar paseando…) como plataforma de debates y compartición de opiniones acerca de los temas más importantes para el Hombre, nos dice mucho de un mundo en el que, quizá, no todo lo nuevo es necesariamente mejor que lo antiguo, y que no estaría de más volver la vista de vez en cuando para saber, al menos, de dónde venimos.


Los asistentes del simposio encomiaron a un dios que por nombre recibía el de Eros, Amor, patrocinador de una larga serie de conceptos que se hilan los unos con los otros y nos trazan un mapa de lo más variopinto que todos sabríamos fácilmente identificar: desde el arte a la pasión, pasando por la inmortalidad y la tragedia, la erótica propuesta por Platón es uno de los productos del pensamiento que más vigencia tiene en el hombre de nuestros días. Naturalmente no todo el monte es orégano, y en discursos como el de Pausanias o Erixímaco apreciábamos una tendencia dual del Amor como propiciador de desgracias en su desmesura, o vulgarizado, así como el aspecto más físico del mismo, como el que comenta Diotima a Sócrates. Y aunque posicionarse en relación al tema equivale a participar en el debate y exponerse a las críticas de los comensales, igualmente trataré de encomiar a Eros en un intento de presentar su verdadera naturaleza.


Como bien explica Fedro, podemos considerar el concepto de Amor como el más antiguo de entre las abstracciones de la mente humana. Su propiedad más elemental es la atracción de lo semejante con lo semejante siguiendo un principio de complementariedad, en el que aquello que se atrae, se atrae por carencia de cualidad que posee lo atraído, y viceversa. No es tan sólo en las teogonías de Hesíodo u Homero en las que ese potente principio actuaba como desencadenante de los episodios mitológicos más dispares, sino que en las Mitologías de distintas civilizaciones, como la egipcia, la hindú o la nórdica éste actúa de la misma forma, como vertebrador de los relatos y las motivaciones de sus protagonistas. Es, pues, tan antiguo como el hombre, o, mejor

dicho, como los dioses. En ese aspecto, podemos considerarlo también como Principio de todo lo que es, tal como es. Y esto tiene su explicación.
La atracción entre los cuerpos es una ley universal que se aplica a todo tipo de materia, por lo que se podría establecer que constituye el principio motriz de todas las entidades, pues éstas se mueven en pos de algo de lo que carecen, que quieren hacer suyo de forma indeterminada. Una vez consiguen aquello que les falta, pasan a desear algún otro aquello que también les falta, y de esta forma van adquiriendo todas las cosas que consideran buenas, por lo que en última instancia buscan la totalidad de las cosas buenas para que formen parte de él. Por lo tanto el Amor es principio de movimiento.
Dentro de las formas de amar, podemos distinguir tres; esto es, amor a los cuerpos, amor a las almas y amor al espíritu. Este primer tipo de amor es el que profesan todas las entidades materiales por el hecho de estar constituidas de materia. Se manifiesta como atracción gravitatoria, afinidad química o relaciones termodinámicas, que engloban la capacidad de la materia de transformarse por adhesión y partición (que no dejan de ser el mismo proceso, ya que cuando algo se atrae la mitad de otro algo, este segundo abandona la mitad a la que estaba unido para unirse al primero). Esta forma de amor condiciona enteramente los seres llamados “inertes” en tanto que entidades materiales, así como a las plantas, animales, Hombres y cuerpos celestes, es decir, al Cosmos. Al aumentar el nivel de complejidad de la entidad, las diferentes formas de amar se expresan en conjunto e influyen las unas a las otras. Es el Amor Cósmico que genera el mundo tal como es.


La segunda forma de amar, el amor a las almas, engloba la capacidad de sentimiento y emoción como principio de atracción. En éste tipo de amor están contenidas las pasiones del alma, desde las concupiscibles (relacionadas también con el amor a los cuerpos) a las irascibles, como principio motor de las motivaciones, propio de animales y Hombres. Es este Amor a las Almas, que mezclado con el Amor a los Cuerpos genera la pasión, la afinidad emotiva.
Por último, el amor al espíritu es propio del Hombre. Éste se refiere a lo que Diotima nombra como deseo de Inmortalidad, referido a un Amor de carácter espiritual que busca otros espíritus que, semejantes a otros espíritus en tanto que espíritus, poseen aquello que a ellos les falta y les completa. Y esto tan sublime que ama el espíritu y a lo que tiende es la verdadera esencia de la Belleza, en tanto a que es el concepto más elevado al que se puede aspirar por mediación del Amor, que es el espíritu perfecto y completo. Es la Belleza total y absoluta, pura en sí misma.


Ésta idea, aunque algo difusa, se podría explicar y esclarecer por medio una lógica ambivalente en la que el Amor ama infinitamente a la Belleza, mientras que la Belleza embellece infinitamente al Amor, en una ley de complementariedad. Así, de la misma forma que la “manifestación” de los conceptos puros es dual, el Amor y la Belleza son duales desde la percepción “apariencial”, cuando, en realidad, son principio motor el uno del otro formando uno sólo (a modo de Yin Yang).


Se puede afirmar así que todas las entidades aman lo bello como concepto último que “tira” de todas ellas y las hace perfeccionarse, “embellecerse”, mientras que esta belleza se perfecciona a sí misma a través del Amor recibido por las entidades, exactamente de la misma forma que el amado se perfecciona en el Amor del amante, y éste se perfecciona de la Belleza del amado, cumpliéndose, nuevamente, que el Ser Humano es un Microcosmos en un Macrocosmos constituido por los mismos elementos.

D.

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