domingo, 12 de mayo de 2013

Green Night

Después de unas cuantas vueltas alrededor del Jörmungandr que mantenían la unidad de mi mente la sensación de circularidad hizo que me marease. Ciertamente el cuerpo me pedía esconderme tras la desgana, esa faceta de apatía facilona y rebelde que termina induciéndote a creer que los demás tienen la culpa de algo, pero mi mente necesitaba un combustible más adulto con el que arder a gusto; a fin de cuentas después de la apatía venían las mechas rojas, el flequillo y la guitarra eléctrica. El caso es que en esta ocasión el exceso de adolescencia me había llevado un pelín más allá de las fronteras de mis poderes. ¿Antecedentes? …alguno habrá, sí, pero ¿sirven de explicación?

Sí. La explicación es una de las ventajas del lenguaje humano: vivimos algo, le asignamos un símbolo, asociamos el símbolo a un concepto (los famosos universales) y de repente podemos relacionarlo con otros, pensarlo mejor y hasta compartirlo. La cosa parece sencilla, hasta ahí al menos. Por contra, verbalizar algo supone hacerlo inmediatamente más tangible, objetivo tal vez… de alguna forma más real. Y cuando los demonios dejan de poblar tu cabeza y pasan a ser intersubjetivos la alucinación colectiva atrapa, y el afecto se intensifica proporcionalmente al número de paranoicos. Supongo que el inconveniente de ésta conversación es que sólo podía tenerla conmigo mismo, lo que significa que necesitaba a Frank. Repetí tres veces la plegaria:

Loki, ayúdame a disolver el recuerdo en la fantasía…

*  *  *

La mirada se desdibujó con las ondas del estanque. Mientras la pálida luna reflejaba los dioses saben cuál de sus rostros (no recordaba la fase en la que se encontraba) la sonrisa se le congeló en los labios, cayéndose como las últimas hojas de un árbol que desfallece aventurando el Invierno. Notó cómo el pulso se le aceleraba levemente y comprendió que con cada nuevo latido aumentaba su adicción. Sutil en un principio, inocuo derroche del néctar de los romances bebió con avidez, olvidando que ese mismo romanticismo y las tragedias habrían de ir de la mano cual Eros y Tánatos envueltos en una danza de fuego. Licor refrescante que vuelve temerario al menos audaz de los cazadores, desliza sus ojos por el cuello de su presa donde una arteria rebosante de vida desespera por una boca que la bese, imitando al dedo índice acariciando el filo de una espada. La magia del espejo comienza a hacer su efecto, embravecida por el frenesí de Amor y Muerte danzando, mientras los enanos acumulan la leña que arde en deseos de prender. El espejo se rompe y al caer se transforma en el estanque en el que la mirada se desdibuja y la sonrisa se congela. El néctar mueve sus piernas y quiebra su voluntad de poder: la magia se desata. Uno detrás de otro y el mundo parece girar sin deseo de equilibrio (¿equilibrio? ¿qué equilibrio? un eco lejano repite la pregunta, quizá demasiado lejano como para haberla mantenido en la conciencia más de lo que estuvo): luces, sombras, ruidos y una ascensión, y al final un cristal que le muestran los últimos destellos de la tragedia. Verdes (pistacho, ¿podría ser?) como el color del último rayo del Sol antes de acostarse. Y ese mismo Sol le vería amanecer sin haber cerrado los ojos.