domingo, 10 de febrero de 2013

De Aeternitas: Introducción

I

Levanté la vista ligeramente y observé cómo mis compañeros desangraban el cuerpo de aquella jovencita en la parte de atrás de la limusina. Me erguí y me limpié los labios con el puño de mi chaqueta, estrenada exclusivamente para la ocasión y ahora salpicada de la sangre que chorreaba por aquél cuerpo lleno de hematomas y mordeduras. Mi mirada se cruzó con el frenesí extático de uno de mis colegas y la excitación casi se me contagió. Casi.

La chica, por supuesto, no tenía la culpa. Era cualquier prostituta, de cualquier bar de cualquier barrio, en cualquier ciudad de nuestro bien entrado siglo XXI. La sofisticación, la inteligencia, y la moderación no eran atributos de estima en nuestros contemporáneos, así que, ¿por qué habríamos de apreciarlos nosotros? Pero lo hacíamos. O al menos yo lo hacía. Vale, quizá no era el mejor momento para meditar acerca de aquello, viendo cómo participaba de esta carnicería. Aún así, estaba plenamente justificada: era una cuestión de supervivencia, y además no solíamos matar seres humanos… aquélla noche sólo estábamos de celebración.

Los de mi especie éramos criaturas cautas, frías e inteligentes. Seres que perduraban cientos, y hasta miles, de años sobre un mundo que no sabe apreciar lo que tiene, porque es esclavo de sí. Cualquiera de los nuestros que rompía los tabúes del sistema esclavista de la “especie inteligente”, nuestro sustento, terminaba pagándolo con el cese de su propia longevidad. No. Nosotros no estábamos hechos para alardear, por la sencilla razón de que si el número de depredadores superaba el de depredados el sustento se volvía insuficiente y la propia Naturaleza armonizaba sus límites. Observábamos, en silencio, cómo criaturas orgullosas y efímeras repetían los mismos errores una, y otra, y otra vez bajo estandartes que, lejos de ser genuinos, reunían bajo sí de forma indistinta armaduras, arcos, espadas, arcabuces, fusiles, tanques y bombas nucleares, a modo genérico. A modo particular emulaban patrones: las cadenas invisibles son las más difíciles de romper, ya que requieren ojos capaces de ver lo invisible… y nosotros lo éramos.

Lo único que nos unía a esos seres miserables eran aquéllas preguntas que afectan a todas las criaturas capaces de pensamiento. Nosotros pensábamos, y dedicábamos décadas a hacerlo. ¿La ventaja? Cuando llevas siglos viendo cómo “ideas nuevas” prometen “nuevos mundos” y una felicidad que tiende al infinito comienzas a percibir una sutil diferencia. Quizá no en las primeras décadas, pero al cabo de los siglos, si has comprendido la mecánica de la Naturaleza y tus pensamientos disponen de un sustrato vivo en el que manifestarse, esa sutil diferencia se habrá hecho tan abismal que los mismos juegos no podrán engañarte, a menos que ésta sea tu voluntad. Y sí, he dicho “vivo”. Porque estamos muy vivos.

Las desgracias humanas no nos son ajenas, ya que el pensamiento es un arma de doble filo. Herramientas útiles como la capacidad de establecer relaciones lógicas y causales de más de un escalón, la imaginación o la creación de Arte, vienen acompañadas de las pasiones más desenfrenadas y los arrebatos más violentos y extáticos, tanto placenteros como dolorosos, eficazmente demostrado por el reflejo de la sangre en los ojos de mis compañeros. A fin de cuentas, ¿qué estúpida y efímera moral podría valernos a nosotros después de siglos de desgracias y engaños? El filo adverso de la espada de una mente superior, era una necesidad de control superior so pena de extinción total. No necesitábamos leyes, porque a pesar de que la muchedumbre nos considerase antinaturales, vivíamos según las normas de la Naturaleza, adaptando nuestra superioridad intelectual a los nichos del ecosistema, respetando el papel de toda criatura biológica. Y es por eso que no todos están preparados para llevar una existencia como la nuestra. La Selección Natural nos hace, a los longevos, la élite de la evolución.