martes, 22 de junio de 2010

Ñam


El ave empujó a su cría del nido hacia el vacío. El pajarillo empezó a agitar sus alas con nerviosismo a medida que la adrenalía subía por la caída. Cada vez se acercaba más al suelo. Tengo que volar, tengo que volar, pensaba. Estaba a punto de estrellarse cuando de repente sintió que el suelo de hojas del bosque se alejaba cada vez más de sus pies... y que él no movía las alas. A penas le dio tiempo de sentir nada más cuando el pico de acero del ave rapaz se le clavó en el pecho y le atravesó de lado a lado, espachurrando cada uno de sus órganos mientras el sabor ferroso de la sangre le llenaba el esófago. El halcón peregrino se alejó agitando las alas con elegancia y se perdió en el horizonte.


Al menos el pajarillo voló, ¿no?. Es lo que importa.

lunes, 21 de junio de 2010

Destino


Verano

El bosque parecía un lugar más mágico mientras aquella suave melodía mecía la quietud del aire. Las notas musicales saltaban de la flauta se precipitaban por el tronco del árbol que servía de cómodo sillón para el músico; una vez que llegaban al suelo jugaban con curiosidad con las hojas y de vez en cuando se filtraban por algún huequecito de arena. La flauta era de madera tallada y tenía unos extraños dibujos de aspecto rúnico. Parecía muy antigüa. El intérprete era un muchacho que vestía una camisteta violeta y unos pantalones piratas anchos de color azul y llevaba un pañuelo violeta a modo de cinto sobre la frente. El pelo castaño le caía sobre unos ojos marrones, y era mecido por la tranquila brisa marina que serpenteaba por la copa de los árboles-donde él estaba sentado-. Era una plácida tarde de verano, y nada perturbaba la tranquilidad del ambiente. El sol brillaba alto en el cielo y la temperatura era agradable. Los árboles teñían el lugar de tonos ocres y naranjas y relucían las hojas iluminadas por los cálidos rayos de sol que se colaban entre las ramas más altas.

El sonido de la flauta cesó y el bosque pareció aguantar la respiración. El chico se puso en pié sobre la rama en la que estaba recostado y alzó la vista al horizonte: desde allí se podía ver la costa. Su mirada recorrió la silueta azul del mar recortada sobre un cielo aún más azul. Inspiró el aire y lo soltó lentamente disfrutándolo como si no fuera a volver a respirar. Detrás de la amabilidad de su mirada se percibía un destello de melancolía. Tenía los ojos del aventurero que había vivido cientos de aventuras. Y así era. Noah no era un muchacho corriente. Al menos no del tipo de muchachos corrientes que había en el mundo.

Vovió a recostarse contra el tronco y con la mirada perdida se llevó de forma distraída la mano al colgante de plata que llevaba alrededor del cuello: era la mitad de una estrella de cinco puntas. Al sentir el tacto frío de la plata en la llema de sus dedos un escalofrío le recorrió la espalda y la nostagia se le acentuó en el rostro. Poco a poco su cabeza se fue inundando de recuerdos...

* * *

Rodeado por un pueblo de arquitectura feudal protegido por una gruesa muralla de piedra, el Palacio se exhibía ostentoso en mitad de aquel bosque de casas, pinos y abetos nevados. En el cielo se dibujaban los contornos del humo de los hogares encendidos por todo el pueblo que calentaba a los aldeanos que más frío tenían de cuantos se divertían por las calles, ya que el invierno había llegado y ése año estaba siendo especialmente crudo-según le dijeron al muchacho del pelo castaño cuando apareció por el pueblo-. Lo recordaba casi como si fuera ayer... el pueblo entero celebraba el solsticio de Invierno encenciendo hogueras por doquier, y bebiendo y bailando alrededor de ellas. La plebe sonreía, gritaba, bailaba y cantaba, y el clima general era bastante agradable. De repente, entre toda aquella gente, algo llamó la atención de Noah: una figura encapuchada y cubierta por una capa negra se dirigía en su dirección a toda velocidad. Apenas tuvo tiempo de apartarse y caer al suelo mientras el encapuchado pasaba como un rayo por su lado.

-¡Ay va! ¡Lo siento!- gritó deteniéndose en seco mientras le dirigía una mirada al confundido muchacho, que yacía en el suelo y le tendía la mano para que se incorporara.

El misterioso encapuchado miró hacia atrás nervioso y luego volvió a mirar a Noah fíjamente. Era un chico de su edad, más o menos, de rasgos agraciados y rostro sereno. Tenía las mejillas encendidas por la carrera. Sus ojos eran azules como el mar. Un leve cosquilleo trepó por la espalda del muchacho mientras el encapuchado, extrañado, buscaba algo con nerviosismo en uno de los pliegues de su capa.

-¿Te encuentras bien?- preguntó agitadamente.

-Eh... sí, esto...-balbuceó Noah, todavía mareado por el golpe.

-¡Genial!- le cortó el extraño mientras le cogía la palma de la mano y depositaba unas monedas en la suya. Toma estas monedas, por las molestias...-dijo con verrdadero pesar- lo siento, ¡pero he de irme!-Y antes de que Noah pudiera replicarle el extraño personaje salió corriendo como el viento, dejando al chico de pelo castaño confundido. Al abrir la palma de la mano vio que entre las monedas había un extraño colgante de plata con el dibujo de una estrella de cinco puntas. Levantó la vista buscando al chico de la capucha para devolverle la joya pero no lo encontró. Volvió a pensar en la mirada azul de su agresor y supo que nunca olvidaría aquellos ojos.

* * *

-Noah, ¡baja ya de ahí!-gritó una voz.-Llevo buscándote una hora. ¡El autobús está a punto de irse sin nosotros!

La voz de su amiga le devolvió a la realidad, mientras el recuerdo del joven encapuchado se perdía en e horizonte junto con los rayos de sol que ya se estaban escondiendo detrás del fin del mar. La realidad se transformó a su alrededor y volvió a tener conciencia de sí mismo. Con un movimiento rápido guardó la flauta en su mochila y con una agilidad felina trepó hasta el suelo y llegó hasta donde se encotraba su amiga.

-Lo siento-dijo dedicándole una sonrisa-ya sabes lo despistado que soy...-se disculpó poniéndo cara de niño pequeño arrepentido.

-No tienes remedio...- Alicia le miró con fingida indignación y le instó a que la siguiera hasta la parada del autobús.

Mientras se alejaban corriendo, una hoja caía de uno de los árboles y se depositaba apaciblemente sobre el lecho del bosque, justo encima de un pequeño ser con diminutos ojillos que se escondía y sonreía para sí con malicia.

sábado, 19 de junio de 2010

Oscuridad


Cuando aquel líquido verde viscoso atravesó su garganta, dejándole una asquerosa sensación amarga, cerró los ojos y se dejó caer sobre la cama, dejando el cáliz a merced de la gravedad. Éste golpeó estrepitosamente contra el suelo y rodó de forma aleatoria unos metros. Ya estaba hecho, no había vuelta atrás. Poco a poco sus músulos se fueron tensando y su cuerpo comenzó a convulsionarse. Abría y cerraba las manos con fuerza, mientras luchaba contra las ganas de gritar, ya que sabía que nadie debía escucharlos. Gemía y se retorcía revolviendo las sábanas. El brujo le observaba cubierto por las sombras que producían las enormes cortinas que impedían el paso de la luz del sol. Su semblante era oscuro y aterrador, pero su expresión era tranquila. El príncipe comenzó a sudar y a recitar frases sin sentido. De repente abrió los ojos: el blanco se había sustituído por un negro más oscuro que la noche y no había color en sus iris. Se inclinó hacia delante durante una breve fracción de tiempo y luego volvió a caer. No se movía, y mantenía los ojos abiertos mirando hacia el dosel recogido. El brujo se desvaneció en las sombras.

Ahora todo estaba oscuro a ojos del príncipe. Intentó incorporarse pero su cuerpo ya no le obedecía. Sentía que caía y caía y que nada podía pararle. No tenía noción del espacio ni del tiempo, ya que todo a su alrededor parecía infinito. Intentó asirse a algún objeto sólido en aquel mar de oscuridad y en su desesperación gritó el nombre del brujo pero ningún sonido salió de sus cuerdas vocales. En el subconsciente sabía que en cuanto despertara de aquella horrible pesadilla tendría lo que tanto deseaba... pero a qué precio.

lunes, 14 de junio de 2010

I miss you


Miro hacia abajo... Dios, vaya caída. Tampoco es que le tenga miedo a caerme, he saltado por aquí más veces... es sólo que hoy soy consciente de la caída que hay desde aquí arriba. Me bajo del quitamiedos y me dirijo hacia la mugrienta escalera verde y trepo por ella hasta llegar a mi destino... y ahí está, reposando ante mis ojos, tan bella, tan mágica, tan tranquila... tan familiar... Sevilla. Miro a mi alrededor y voy actualizando cada uno de los detalles que el tiempo había borrado de mi memoria: la silueta de los edificios recortados sobre el cielo, las calles, los árboles, la Catedral, la Plaza de España... Todo parecía seguir en su sitio, todo igual y lo habría jurado de no ser por la estrellita que brillaba sobre mi cabeza y en un extraño lugar del cielo... uno muy especial. Era mi "segunda estrella a la derecha", aquella con la que siempre soñé y que poco a poco se ha ido haciendo visible en mi mundo de princesas y dragones. Una estrellita que piensa en mí desde la distancia y que es la más bonita de todo mi firmamento, ya que es la que me devuelve a Nunca Jamás, a donde se puede llegar despegar desde donde yo estoy ahora... donde una vez estuve contigo, tumbado, mirando hacia esas estrellas. Desde donde, mientras cerraba los ojos, dejaste esa estrella para que pudiera pensar en tí cada vez que volviera a subir aquí (al fin y al cabo eres el único que ha subido conmigo). Esta noche voy a volar hasta allí otra vez, y ni seiscientos, ni seis mil, ni seis millones de kilómetros van a evitar que duerma contigo ésta noche. Te echo de menos.