“Sólo hay un principio motriz: el deseo” (Aristóteles)
El mundo no se me adecúa. Y parece que no termino de adecuarme al mundo. Esa extraña sensación de no poder decir lo que piensas en esencia porque siempre va a haber alguien que se levante y no lo entienda, y con el pasado como excusa te repita “pero es que tú no eras así”, “éste no es el chico que yo conocí”, como si la realidad no se transformara constantemente. Y encima eso. Que por cojones parece que todo tiene que seguir tal cuál, todo ha de ser “como siempre”.
Esclavo de miles de cadenas, peno por algo que no recuerdo haber hecho, y cuando me libero de una, dos más me atrapan y me retienen. Y lo peor es que soy yo el que se deja coger. Estoy harto… harto de un mundo con los conceptos tan seguros, donde aquello que se valora por encima del individuo tiene que ver con un “futuro” mejor que veis con certeza, y que yo no tengo ya. Un futuro que para mi terminó hace dos días, a las 00:00.
Ruín… mezquino… rencoroso ser que se esconde tras miríadas de ojos llenos de estupidez… ojos que no sabrían reconocer el Amor ni aunque el mismísimo Eros se les encarnara en las narices. Hipócritas, que viven y se reproducen como una plaga con los deseos como único motor de su existencia, a expensas de otras vidas, con una diferenciación clarísima de bien (propio) y mal (propio).
Este es el resultado de tratar de vivir como los cerdos que sois.
¿Quién soy?
¿Porqué soy?
¿…para qué soy?
No, en serio. Da igual. En el fondo estoy contento, porque he caído en la cuenta de que la palabra “Dragón” empieza por “D”. Y lo he considerado como una señal. Y aquí se cierran las puertas del Templo.
D.
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