“Hold me now, cuz I couldn’t even if I tried… I don’t wanna go, but it’s time I gotta say goodbye.”
Mi corazón se detuvo un instante y las lágrimas se congelaron en cuanto rozaron el aire, aún haciendo más frío dentro de mi que fuera. Un leve suspiro puso en marcha mi sistema respiratorio y el aire, como agujas de cristal, salió en una desgarradora pero silenciosa sinfonía en forma de vaho. Caí al suelo. No hallaba consuelo en el vacío de respirar, no tenía sentido; y cada vez que intentaba refugiarme en mi propia alma sentía que caía y caía, como en un pozo sin fondo, oscuro y frío.
El pasado era añicos de un momento interminable, en el que todo se torna en nada porque no estás. Tantas cosas que decir, que esperar, que vivir… vivir… ¿acaso terminamos de darnos cuenta de qué es vivir? ¿acaso tú llegaste a darte cuenta? Y ¿porqué todo se sigue moviendo? ¿porqué todo se mueve sin ti? Sonrisas y abrazos que dejan el devenir y Dios sabe adónde te lleva esa estrella que te alejó de mi, que se llevó la luz que siempre tuviste por mirada.
¿Cómo describir una sensación que atraviesa el alma cuando al mirar a tu alrededor te das cuenta de que ni siquiera encuentras la tuya propia?
Y… aún así… de alguna forma… estás…
Estás en mi. En mi mente. En mis emociones. En mi corazón y en mi propia alma que aún cantando el requiem más triste que oídos jamás escucharon, me aseguran que, en algún lugar seguirás oyéndome reír y te alegrarás al verme sonreír. Que no hubo un “adiós”, que fue solo un “hasta luego”.
Para las señoritas Fernández, de un amigo que sabe que cuando sonríes pensando en alguien, ese alguien, esté donde esté, sonreirá pensando en ti.
D.
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