jueves, 20 de octubre de 2011

Dasein, y nada más

“Please take me away, I’m sick of everyone to blame… I’m not okay, but I’ll find this way… It’s hard to keep toghether when you don’t know where to start.”

El mundo se detiene a mi alrededor y mi mente frena en seco. De forma casi siniestra, se pliega la realidad sobre sí misma y el ente que era comienza a existir como nunca antes lo había hecho… como le ocurrió a Antoine Roquentin, que no sabía si era el mundo el que había cambiado o si el cambio se produjo en él. Quizá no se propuso pensar que, en realidad, ambos lo hicieron, en tanto que el mundo y el nuevo existente son una realidad única e indivisible. Él comenzó a ser consciente de la realidad que le rodeaba: fue consciente de su ser, y del ser que lo rodeaba. Y así sobrevino la náusea que le producía el contacto con eso en lo que él había cambiado… el guijarro… la hoja de papel… y el mundo se convertía en un lugar oscuro y decadente, profundamente humanista. Se convertía, así, en el primer existente que precede a la esencia. Claro que, en su caso, Dios no existía. Pero, ¿qué le ocurre a una esencia que preexiste antes de ser esencia, pero que tiene una noción de la divinidad? Supongo que es algo así como preguntar qué es lo que queda de Dios después de que éste te de una paliza y tú le des la espalda.

El proceso es lo de menos; lo que realmente interesa es la sensación. Una sensación, por otra parte, altamente indescriptible sin el uso de la lírica. Claro que podría jugar a lo de siempre, y simplemente limitarme a hablar de los pensamientos de mente a mente, pero la experiencia ontológica, ésta vez, me arrastra hacia lares más filosóficos y menos mágicos. Así pues, y abandonando las artes arcanas en pos de unas herramientas "más humanas”, me ajustaré a las reglas de la Lógica y la Argumentación, aplicadas a la narrativa, a riesgo de permanecer con el sentimiento de culpabilidad de estar haciendo trampas.

El mundo se detiene a mi alrededor y mi mente frena en seco. De forma casi siniestra, la realidad se pliega sobre sí misma y se convierte en una, y el ente que era comienza a existir como nunca antes lo había hecho. Los pensamientos dejan de fluir una milésima de segundo infinita. No existes. No eres. Quizá sería incluso más correcto explicar que ni existía ni era. Y en el frío abismo encontré una nada que siendo, no era, que sin moverse, no se movía… y yo, sin respirar, no respiraba. Es confuso, lo sé. Entendido de cierta forma, se podría decir que no daba la orden de no respirar, a causa del no ser inmóvil que hacía de condición de posibilidad de aquella. Pero después creí oír un sonido que mi mente decodificó como la armonía más real de aquella nada, insustancial pero audible. De golpe, la realidad volvió a su ser y el mundo dejó de ser, para pasar a ser yo, y yo, a su vez, fui ser. Y por ende, fui el mundo. Y el mundo me hablaba mirándose al espejo. La realidad se desplegó y retornó la dualidad, y así lo inmóvil y lo móvil volvieron a fluir, y mi rostro volvió a teñirse de negro y blanco; y la sangre volvió a fluir por mis venas, unas venas que partían de mi corazón y se extendían por todo aquello que iba y venía, subía y bajaba, se calentaba y enfriaba.

Y una vez más la aplastante metafísica transnatural, inmanente, trascendental y necesariamente ideal se sobreponía a su homónima sobrenatural y trascendente, necesariamente real. ¿Dónde estás, Dios?

D.

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