lunes, 31 de octubre de 2011

Insomniac

“In this farewell there’s no blood…”

Yo y mis dilemas, mis dilemas y yo… a la mierda con todo, después de lo que me acaba de pasar más me valdría morirme y no resucitar hasta mañana por la mañana a las siete. ¿Te imaginas estar tranquilamente en tu cama y que de repente mires a tu izquierda y…? Uhm… Bah, si, total, tampoco quedaría creíble simplemente por haber sido escrito en este blog.

¿Que cómo me siento? Me siento con unas ganas de cantar que lo más probable es que como no reviente mis tímpanos con Bullet for my Valentine e imagine que ya domino el screamo mi cabeza va a implosionar de la misma forma que un cuaderno implosiona cuando escribes con un boli mágico la raíz de menos uno. A estas alturas quedaría redundante remarcar que me estoy volviendo loco, por el hecho de ser anormal… lo que no recuerdo es la palabra que usó este chico el otro día… en cualquier caso, me vale con Sum 41 y Linkin Park para relajarme.

Es curioso la cantidad de veces que me han repetido la frase “¿Filosofía? Te pega.” ¿Se puede saber a qué tipo de persona le “pega” la Filosofía? Hasta donde sé soy de ese sector de personas que, dentro de lo anormal, y últimamente de lo “subnormal”, se comportan con cierta decencia y dignidad. Que progresivamente iré perdiendo a medida que las experiencias ontológicas y estéticas en los atardeceres preinvernales se repitan a sí mismas hasta que la obviedad salte a la vista y yo me haga el harakiri. Y sí, he escrito “harakiri”, y no “seppuku”. Y no, no me estoy quejando. Necesito desahogarme para no matar a los niños del vecino que parece que esta noche de Halowe’en se han propuesto martirizarme y no dejarme dormir.

¿Cosas buenas de mi vida? Que tengo una mente como una catedral.

¿Cosas malas? Que tengo una mente como una catedral.

Creo que acabo de decidir sobre la marcha que no eres más que otro de mis caprichos, y así se va a zanjar la historia (y suponiendo que el lenguaje cuántico fuera computable y legible, aquellos que están leyendo estas líneas leerían a la vez un “duerme conmigo, por favor, sólo una noche más” para darse cuenta de la inmensidad del espacio circundante a la parcela que ocupa mi mente, y lo jodida y estúpidamente absurdas que resultan TODAS y CADA UNA de las convenciones humanas que nos rodean, con sus normas, sus banderas, sus colores, y sus etiquetas. Odio las etiquetas, y mira que era difícil que yo odiara algo. ).

¿Porqué tantas etiquetas? ¿Porqué no liberarse de tanta historia? Dios… ¿Has pensado alguna vez en cuánto puedes llegar a gritar sin emitir sonido?

Pero, ¿sabes qué? Tampoco me vas a leer. Y aunque lo hicieras nunca sabrías que escribo para ti. Así que simplemente voy a añadir un “y desperté en ese momento con el sabor agridulce que produce la vuelta a la realidad con la sensación de haber vivido un rato que, si bien fue agradable, no quedó en mucho más que el vaho de un suspiro que se pierde en la inmensidad del invierno”.

D.

martes, 25 de octubre de 2011

So long goodbye…

“Hold me now, cuz I couldn’t even if I tried… I don’t wanna go, but it’s time I gotta say goodbye.

Mi corazón se detuvo un instante y las lágrimas se congelaron en cuanto rozaron el aire, aún haciendo más frío dentro de mi que fuera. Un leve suspiro puso en marcha mi sistema respiratorio y el aire, como agujas de cristal, salió en una desgarradora pero silenciosa sinfonía en forma de vaho. Caí al suelo. No hallaba consuelo en el vacío de respirar, no tenía sentido; y cada vez que intentaba refugiarme en mi propia alma sentía que caía y caía, como en un pozo sin fondo, oscuro y frío.

El pasado era añicos de un momento interminable, en el que todo se torna en nada porque no estás. Tantas cosas que decir, que esperar, que vivir… vivir… ¿acaso terminamos de darnos cuenta de qué es vivir? ¿acaso tú llegaste a darte cuenta? Y ¿porqué todo se sigue moviendo? ¿porqué todo se mueve sin ti? Sonrisas y abrazos que dejan el devenir y Dios sabe adónde te lleva esa estrella que te alejó de mi, que se llevó la luz que siempre tuviste por mirada.

¿Cómo describir una sensación que atraviesa el alma cuando al mirar a tu alrededor te das cuenta de que ni siquiera encuentras la tuya propia?

Y… aún así… de alguna forma… estás…

Estás en mi. En mi mente. En mis emociones. En mi corazón y en mi propia alma que aún cantando el requiem más triste que oídos jamás escucharon, me aseguran que, en algún lugar seguirás oyéndome reír y te alegrarás al verme sonreír. Que no hubo un “adiós”, que fue solo un “hasta luego”.

Para las señoritas Fernández, de un amigo que sabe que cuando sonríes pensando en alguien, ese alguien, esté donde esté, sonreirá pensando en ti.

D.

Umbreon’s Dream

“Like you wanna touch, you wanna taste… show me where to meet you on the late night, till daylight… got me thinking ‘bout all thing’s I’d do to you… why don’t you come over here?”

Y si vuelve a sonar lo vuelvo a pensar, como cada noche antes de irme a dormir. Aunque si este sueño fuera real y no un mero capricho, trascendería el espacio y el tiempo y el dormir volvería a tener sentido. Extrañamente, al tener cada vez menos sentido, tiene cada vez más sentimiento... Pero esta vez era una vez extraña… ésta vez el sueño era voluntario… y simplemente porque el mundo volvía a cambiar, y no sólo mi percepción de él, el ojo de Dios se posaba en aquello que mi voluntad deseaba...

Y encima ahora cualquier momento merece canción. Eso es lo bueno de todo. Que ahora hay una canción para cada momento, y todos los momentos merecen una canción que cantar a pleno pulmón en el metro ante la extraña mirada de los durmientes…. pero, oye… ¡que dormido tampoco se está tan mal!

Pues, ¿qué mejor vigilia que en la que sabes que estás soñando?

If me want, will me want always more?

D.

jueves, 20 de octubre de 2011

Dasein, y nada más

“Please take me away, I’m sick of everyone to blame… I’m not okay, but I’ll find this way… It’s hard to keep toghether when you don’t know where to start.”

El mundo se detiene a mi alrededor y mi mente frena en seco. De forma casi siniestra, se pliega la realidad sobre sí misma y el ente que era comienza a existir como nunca antes lo había hecho… como le ocurrió a Antoine Roquentin, que no sabía si era el mundo el que había cambiado o si el cambio se produjo en él. Quizá no se propuso pensar que, en realidad, ambos lo hicieron, en tanto que el mundo y el nuevo existente son una realidad única e indivisible. Él comenzó a ser consciente de la realidad que le rodeaba: fue consciente de su ser, y del ser que lo rodeaba. Y así sobrevino la náusea que le producía el contacto con eso en lo que él había cambiado… el guijarro… la hoja de papel… y el mundo se convertía en un lugar oscuro y decadente, profundamente humanista. Se convertía, así, en el primer existente que precede a la esencia. Claro que, en su caso, Dios no existía. Pero, ¿qué le ocurre a una esencia que preexiste antes de ser esencia, pero que tiene una noción de la divinidad? Supongo que es algo así como preguntar qué es lo que queda de Dios después de que éste te de una paliza y tú le des la espalda.

El proceso es lo de menos; lo que realmente interesa es la sensación. Una sensación, por otra parte, altamente indescriptible sin el uso de la lírica. Claro que podría jugar a lo de siempre, y simplemente limitarme a hablar de los pensamientos de mente a mente, pero la experiencia ontológica, ésta vez, me arrastra hacia lares más filosóficos y menos mágicos. Así pues, y abandonando las artes arcanas en pos de unas herramientas "más humanas”, me ajustaré a las reglas de la Lógica y la Argumentación, aplicadas a la narrativa, a riesgo de permanecer con el sentimiento de culpabilidad de estar haciendo trampas.

El mundo se detiene a mi alrededor y mi mente frena en seco. De forma casi siniestra, la realidad se pliega sobre sí misma y se convierte en una, y el ente que era comienza a existir como nunca antes lo había hecho. Los pensamientos dejan de fluir una milésima de segundo infinita. No existes. No eres. Quizá sería incluso más correcto explicar que ni existía ni era. Y en el frío abismo encontré una nada que siendo, no era, que sin moverse, no se movía… y yo, sin respirar, no respiraba. Es confuso, lo sé. Entendido de cierta forma, se podría decir que no daba la orden de no respirar, a causa del no ser inmóvil que hacía de condición de posibilidad de aquella. Pero después creí oír un sonido que mi mente decodificó como la armonía más real de aquella nada, insustancial pero audible. De golpe, la realidad volvió a su ser y el mundo dejó de ser, para pasar a ser yo, y yo, a su vez, fui ser. Y por ende, fui el mundo. Y el mundo me hablaba mirándose al espejo. La realidad se desplegó y retornó la dualidad, y así lo inmóvil y lo móvil volvieron a fluir, y mi rostro volvió a teñirse de negro y blanco; y la sangre volvió a fluir por mis venas, unas venas que partían de mi corazón y se extendían por todo aquello que iba y venía, subía y bajaba, se calentaba y enfriaba.

Y una vez más la aplastante metafísica transnatural, inmanente, trascendental y necesariamente ideal se sobreponía a su homónima sobrenatural y trascendente, necesariamente real. ¿Dónde estás, Dios?

D.

miércoles, 12 de octubre de 2011

Sensation

El hombre que se complace en los objetos de sensación, suscita en sí el apego a ellos; del apego surge el deseo; del deseo el apetito desenfrenado; del apetito desenfrenado dimana la ilusión; de la ilusión la desmemoria; de la desmemoria, la pérdida del discernimiento; y por la pérdida del discernimiento perece el hombre.

(Gita 2:60-68)

El discípulo se lamentaba ante su maestro:

—Ya ni siquiera encuentro disfrute en lo placentero. Mi mente está tan insatisfecha que incluso las cosas agradables han dejado de serlo para mí. Hasta lo deleitable se toma amargo.

—Cuando la mente no está en equilibrio y sosiego, no se puede disfrutar de nada, efectivamente —dijo el maestro.

—Pero ¿por qué? —preguntó angustiado el discípulo.

—Lo entenderás mejor si haces lo que te diga. Busca un enfermo grave y dale un tazón de leche dulce. Después vuelve aquí y cuéntame lo sucedido.

Aunque la petición era muy extraña, el discípulo decidió hacer lo que le pedía el maestro. En el pueblo se enteró de que había un enfermo muy grave. Acudió a visitarlo, con un tazón de leche dulce y se la dio a beber, ayudándole a incorporarse lo necesario para tomarla. El enfermo, al probar la leche, hizo una mueca de asco y protestó:

—¡Qué amargo está esto!

Cuando el discípulo le contó el hecho al maestro, éste dijo: —¿Te das cuenta? Si la mente no está bien, nada está bien.

Cuando hay amargura en la mente, esa amargura se proyecta e impregna incluso lo más bello y placentero. La mente que no ha evolucionado puede hallar diversión y aburrimiento, placer y dolor: pero jamás la dulzura que solo procura una mente en la que han brotado factores de iluminación como la sabiduría, el contento, el sosiego y la compasión.

D.

jueves, 6 de octubre de 2011

Walking Dead

 

Siempre pensé que nunca es demasiado tarde para retirarse, pero es quizá ese sentimiento de masoquismo autoimpuesto aquello que me impide abandonar una perspectiva victimista que me hace depender en exceso de mis propias creaciones mentales. Éstas, por otra parte, no son más que humo en un mundo con mentalidad de borrego, incapaz de reconocer algo más que lo que se van a poner a diario. Pero, claro, siempre generalizando. No todos piensan en su ropa, ¿verdad? Aún así ese no es el enfoque de este texto.

Quizá es por que me siento solo en mi separatividad que me encuentro a mi mismo incapaz de resolver de forma favorable los conflictos de mi mente y mis emociones, o quizá simplemente nunca fui tan avispado como se esperó. Quizá simplemente mi sendero transcurre por aquí, o yo quise que transcurriese por aquí. ¿A qué habría de dedicarse alguien con vocación contemplativa en un mundo en el que eso no existe? Eso sí, lógicamente demostrado queda que los Vampiros tampoco.

Los largos paseos por el cementerio de París se reiteran en un día a día plagado de muertos vivientes que tienden a sonreírme reconociéndome como uno de los suyos. 

Muerdo luego existo. Rawr.

 

D.

miércoles, 5 de octubre de 2011

Goodnight Moon

“I always sleep with my guns when you’re gone…”

La melodía inundaba la habitación tiñéndola de una atmósfera suave y sensual. La dulce voz de la chica que nadaba en ella rozaba los acordes con la punta de los dedos de una forma grácil y atractiva, mientras las largas notas del bajo acompañaban aquella seductora oscilación de su cadera, de la mano de una batería que, con cierta pereza, marcaba el ritmo del conjunto. De repente la voz desaparece y la habitación cambia de atmósfera; se vuelve más íntima. Entonces emerge quebrada y se convierte en un susurro sobre la base, y los pensamientos se disparan excitados por la vibración del aire que les rodea, surgiendo las emociones con el encanto de una sirena sobre la superficie del mar haciendo brillar sus cabellos con las gotas de agua iluminadas mágicamente por una radiante luna llena. Al son del encuentro de la voz con el solo de guitarra se encuentran también los sentimientos en el mundo de lo intangible y, a pesar de la distancia de las voluntades que los amarran, comienzan a bailar y a vibrar con cada nuevo compás.

D.

lunes, 3 de octubre de 2011

The Vampire’s Waltz

La fascinación y el embeleso de aquél segundo despertar del ser dio paso a un inmenso vacío, uno más profundo que el más profundo mar, más silencioso que el atardecer en un cementerio, más angustioso que la sensación de no poder respirar. El “despertar” del que había sido partícipe tiempo atrás apenas me había abierto los ojos para mostrarme una realidad decadente y brillante, tosca y hermosa… mi interior seguía pujando por sintonizarse con aquello que me rodeaba, pero, si bien mi perspectiva era radicalmente diferente, las dos realidades continuaban en discordia.

El mundo pretendía hacerme creer, de nuevo, en la necesidad de los moldes. De esa forma abandoné el viejo mundo para entrar en uno completamente nuevo, lleno de resplandores y de Luz, un concepto que, entre otras cualidades, era en Sí mismo esperanza, Justicia, bondad. La vida parecía desplegarse a mi alrededor y mis acciones parecía adecuarse, y cada vez más, a mi destino. Las leyes de ese nuevo mundo funcionaban, y lo hacían muy bien. Extrañamente, la vida que me rodeaba parecía la misma; era yo, al fin y al cabo, el que había cambiado. Tristemente la historia ha de enlazarse con un “pero”. Y ese “pero” ha echado abajo ese nuevo mundo.

Las leyes que se extendían ahora a mi alrededor eran, en el peor de los casos,  absolutamente fascinantes y universales y brillaban a la Luz de unos Misterios que conformaba y proporcionaban su vitalidad a ese nuevo mundo. En él, todas las almas tenían un propósito, una dirección, un destino, solo que (¡ah! y aquí está el pero) no todos tenían la suerte de ser conscientes de su realidad ontológica. Para ellos eran seres en  sí mismos, pero no para sí. Los llamaban durmientes, pues, a estos habitantes del viejo mundo. Los Hijos de la Luz, es decir, los habitantes del nuevo mundo, orgullosos de ostentar un conocimiento que les convertía en seres mejores que los durmientes se compadecían de ellos mientras celosamente guardaban sus secretos, su Luz, al resto de las almas, bajo la creencia de que “no todos pueden ver la luz sin quedarse ciegos”. Digamos, pues, que vivían a la sombra que su propia Luz generaba. Comencé a ver que ver a la luz de esa Luz no era necesariamente Bueno; o, quizá, sería más correcto decir que esa Luz no iluminaba mi interior. Sí, vivía en un mundo nuevo, pero no me saciaba. No se adecuaba a mi ser, ese ser que había que destruir para poder ser uno con el Todo, ese estado de inutilidad máxima al que se llegaba a la sombra y a espaldas de aquellos a los que te rodean. Era, pues, un querer a todos para, consecuentemente, y de una forma cruelmente hipócrita, no querer a nadie. Y así olvidé, lenta pero progresivamente, lo que era el Amor.

Esa altruista crueldad hacia mis semejantes, los durmientes, me convertía en una especie de semidiós, poseedor de la Verdad última, y me otorgaban un elevado rango desde el que ostentar mi compasión por el mundo. Me convertí en un Hijo de la Luz, y, por segunda vez, me perdí a mi mismo en una sombra que yo estaba generando.

El segundo despertar fue casi tan abrupto como el primero. Si aquél tuvo lugar durante la luna llena, y fue solidificado con el amanecer, fue la ausencia de esa luna la que me llevó a querer desear una segunda muerte. Aquella noche la luna resplandecía por su ausencia. Los durmientes dormían y solo la criatura de la Luz que habitaba en mi parecía intranquila, como si la luna nueva la inquietara. La Muerte se presentó en forma de melodía, súbita e inesperada, pero tremendamente atractiva. La criatura se revolvió en mi interior y pujó por deshacerse de ella. Pero mi Voluntad se lo impidió. Lentamente me dejé arrastrar por sus encantos y mi ser entró en éxtasis. Las dudas me asaltaron; el Amor se manifestaba con negros ropajes y tendía su mano hacia mi. Aquella mitad del mundo que hasta ahora parecía carecer de entidad surgió ante mi con una fuerza sobrenatural. La muerte me abrazó por segunda vez.

Y con esa segunda muerte llegó una segunda oportunidad.

D.