“In this farewell there’s no blood…”
Yo y mis dilemas, mis dilemas y yo… a la mierda con todo, después de lo que me acaba de pasar más me valdría morirme y no resucitar hasta mañana por la mañana a las siete. ¿Te imaginas estar tranquilamente en tu cama y que de repente mires a tu izquierda y…? Uhm… Bah, si, total, tampoco quedaría creíble simplemente por haber sido escrito en este blog.
¿Que cómo me siento? Me siento con unas ganas de cantar que lo más probable es que como no reviente mis tímpanos con Bullet for my Valentine e imagine que ya domino el screamo mi cabeza va a implosionar de la misma forma que un cuaderno implosiona cuando escribes con un boli mágico la raíz de menos uno. A estas alturas quedaría redundante remarcar que me estoy volviendo loco, por el hecho de ser anormal… lo que no recuerdo es la palabra que usó este chico el otro día… en cualquier caso, me vale con Sum 41 y Linkin Park para relajarme.
Es curioso la cantidad de veces que me han repetido la frase “¿Filosofía? Te pega.” ¿Se puede saber a qué tipo de persona le “pega” la Filosofía? Hasta donde sé soy de ese sector de personas que, dentro de lo anormal, y últimamente de lo “subnormal”, se comportan con cierta decencia y dignidad. Que progresivamente iré perdiendo a medida que las experiencias ontológicas y estéticas en los atardeceres preinvernales se repitan a sí mismas hasta que la obviedad salte a la vista y yo me haga el harakiri. Y sí, he escrito “harakiri”, y no “seppuku”. Y no, no me estoy quejando. Necesito desahogarme para no matar a los niños del vecino que parece que esta noche de Halowe’en se han propuesto martirizarme y no dejarme dormir.
¿Cosas buenas de mi vida? Que tengo una mente como una catedral.
¿Cosas malas? Que tengo una mente como una catedral.
Creo que acabo de decidir sobre la marcha que no eres más que otro de mis caprichos, y así se va a zanjar la historia (y suponiendo que el lenguaje cuántico fuera computable y legible, aquellos que están leyendo estas líneas leerían a la vez un “duerme conmigo, por favor, sólo una noche más” para darse cuenta de la inmensidad del espacio circundante a la parcela que ocupa mi mente, y lo jodida y estúpidamente absurdas que resultan TODAS y CADA UNA de las convenciones humanas que nos rodean, con sus normas, sus banderas, sus colores, y sus etiquetas. Odio las etiquetas, y mira que era difícil que yo odiara algo. ).
¿Porqué tantas etiquetas? ¿Porqué no liberarse de tanta historia? Dios… ¿Has pensado alguna vez en cuánto puedes llegar a gritar sin emitir sonido?
Pero, ¿sabes qué? Tampoco me vas a leer. Y aunque lo hicieras nunca sabrías que escribo para ti. Así que simplemente voy a añadir un “y desperté en ese momento con el sabor agridulce que produce la vuelta a la realidad con la sensación de haber vivido un rato que, si bien fue agradable, no quedó en mucho más que el vaho de un suspiro que se pierde en la inmensidad del invierno”.
D.