Y en ese momento se hizo el silencio. Un silencio azul. No podía respirar, no veía ni tan siquiera lo que tenía enfrente. La cada vez más suave melodía que tiempo ha fue bella cesó tan de repente que el sonido del vacío le perforó los tímpanos, como si acabaran de gritarle al oído o como si de un bofetón se tratara. No podía parpadear ni tan siquiera. Hasta la sucesión constante de imágenes que solía tener en su cabeza se detuvo. Nada. Absolutamente nada. El silencio se extendía por su cuerpo paralizándole y de repente lo comprendió. Tenía que salvarlo antes de que el silencio lo destruyera por completo. Con un último aliento de voluntad decidió congelar su corazón para no perder los últimos recuerdos que le separaban de la eterna locura… y así envió esos restos a una estrella lejana.
El silencio azul, impío y ajeno a la cristalización del corazón, continuó extendiéndose por su cuerpo hasta que ya no sabía dónde terminaban sus dedos y empezaba el aire que parecía rodearle mas no llenar sus pulmones. Cayó de rodillas… frío… mucho frío… demasiado frío… el alma se comenzó a agarrotar… pero ya le daba igual… y en el frío cayó… y cayó… y cayó… en un mar azul de ¿dolor? si hubiere algo en ese mar que se pudiere sentir… no había música porque su ángel de la música lo había abandonado… y los demás también. Ahora estaba, por fin, solo.
Adiós.
Je suis désolé… mais… la destinée t’enchaîne â moi sans retour…
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