Where are you...
...now?
miércoles, 5 de julio de 2017
A Godly Dream
miércoles, 15 de abril de 2015
Silence
martes, 6 de enero de 2015
The Cold Of Winter
Pero no sólo te pedía; no. También te buscaba. Te buscaba de bar en bar, de mano en mano, de beso en beso y de corazón en corazón, y a cada nuevo fracaso cada vez sentía que necesitaba correr más y más, que me quedaba sin tiempo. Nunca cerraba las opciones, y ya te puede imaginar el caminillo de corazones rotos que dejé a mi paso. Luego se transformó en una adicción, y yo lo disfracé de juego.
-...despertado?- terminó Dorian - No lo sé. Quizá se ha tropezado con alguno de sus juguetes.
lunes, 8 de diciembre de 2014
All about us
domingo, 12 de mayo de 2013
Green Night
Después de unas cuantas vueltas alrededor del Jörmungandr que mantenían la unidad de mi mente la sensación de circularidad hizo que me marease. Ciertamente el cuerpo me pedía esconderme tras la desgana, esa faceta de apatía facilona y rebelde que termina induciéndote a creer que los demás tienen la culpa de algo, pero mi mente necesitaba un combustible más adulto con el que arder a gusto; a fin de cuentas después de la apatía venían las mechas rojas, el flequillo y la guitarra eléctrica. El caso es que en esta ocasión el exceso de adolescencia me había llevado un pelín más allá de las fronteras de mis poderes. ¿Antecedentes? …alguno habrá, sí, pero ¿sirven de explicación?
Sí. La explicación es una de las ventajas del lenguaje humano: vivimos algo, le asignamos un símbolo, asociamos el símbolo a un concepto (los famosos universales) y de repente podemos relacionarlo con otros, pensarlo mejor y hasta compartirlo. La cosa parece sencilla, hasta ahí al menos. Por contra, verbalizar algo supone hacerlo inmediatamente más tangible, objetivo tal vez… de alguna forma más real. Y cuando los demonios dejan de poblar tu cabeza y pasan a ser intersubjetivos la alucinación colectiva atrapa, y el afecto se intensifica proporcionalmente al número de paranoicos. Supongo que el inconveniente de ésta conversación es que sólo podía tenerla conmigo mismo, lo que significa que necesitaba a Frank. Repetí tres veces la plegaria:
Loki, ayúdame a disolver el recuerdo en la fantasía…
* * *
La mirada se desdibujó con las ondas del estanque. Mientras la pálida luna reflejaba los dioses saben cuál de sus rostros (no recordaba la fase en la que se encontraba) la sonrisa se le congeló en los labios, cayéndose como las últimas hojas de un árbol que desfallece aventurando el Invierno. Notó cómo el pulso se le aceleraba levemente y comprendió que con cada nuevo latido aumentaba su adicción. Sutil en un principio, inocuo derroche del néctar de los romances bebió con avidez, olvidando que ese mismo romanticismo y las tragedias habrían de ir de la mano cual Eros y Tánatos envueltos en una danza de fuego. Licor refrescante que vuelve temerario al menos audaz de los cazadores, desliza sus ojos por el cuello de su presa donde una arteria rebosante de vida desespera por una boca que la bese, imitando al dedo índice acariciando el filo de una espada. La magia del espejo comienza a hacer su efecto, embravecida por el frenesí de Amor y Muerte danzando, mientras los enanos acumulan la leña que arde en deseos de prender. El espejo se rompe y al caer se transforma en el estanque en el que la mirada se desdibuja y la sonrisa se congela. El néctar mueve sus piernas y quiebra su voluntad de poder: la magia se desata. Uno detrás de otro y el mundo parece girar sin deseo de equilibrio (¿equilibrio? ¿qué equilibrio? un eco lejano repite la pregunta, quizá demasiado lejano como para haberla mantenido en la conciencia más de lo que estuvo): luces, sombras, ruidos y una ascensión, y al final un cristal que le muestran los últimos destellos de la tragedia. Verdes (pistacho, ¿podría ser?) como el color del último rayo del Sol antes de acostarse. Y ese mismo Sol le vería amanecer sin haber cerrado los ojos.
domingo, 3 de marzo de 2013
A Koala Song
domingo, 10 de febrero de 2013
De Aeternitas: Introducción
I
Levanté la vista ligeramente y observé cómo mis compañeros desangraban el cuerpo de aquella jovencita en la parte de atrás de la limusina. Me erguí y me limpié los labios con el puño de mi chaqueta, estrenada exclusivamente para la ocasión y ahora salpicada de la sangre que chorreaba por aquél cuerpo lleno de hematomas y mordeduras. Mi mirada se cruzó con el frenesí extático de uno de mis colegas y la excitación casi se me contagió. Casi.
La chica, por supuesto, no tenía la culpa. Era cualquier prostituta, de cualquier bar de cualquier barrio, en cualquier ciudad de nuestro bien entrado siglo XXI. La sofisticación, la inteligencia, y la moderación no eran atributos de estima en nuestros contemporáneos, así que, ¿por qué habríamos de apreciarlos nosotros? Pero lo hacíamos. O al menos yo lo hacía. Vale, quizá no era el mejor momento para meditar acerca de aquello, viendo cómo participaba de esta carnicería. Aún así, estaba plenamente justificada: era una cuestión de supervivencia, y además no solíamos matar seres humanos… aquélla noche sólo estábamos de celebración.
Los de mi especie éramos criaturas cautas, frías e inteligentes. Seres que perduraban cientos, y hasta miles, de años sobre un mundo que no sabe apreciar lo que tiene, porque es esclavo de sí. Cualquiera de los nuestros que rompía los tabúes del sistema esclavista de la “especie inteligente”, nuestro sustento, terminaba pagándolo con el cese de su propia longevidad. No. Nosotros no estábamos hechos para alardear, por la sencilla razón de que si el número de depredadores superaba el de depredados el sustento se volvía insuficiente y la propia Naturaleza armonizaba sus límites. Observábamos, en silencio, cómo criaturas orgullosas y efímeras repetían los mismos errores una, y otra, y otra vez bajo estandartes que, lejos de ser genuinos, reunían bajo sí de forma indistinta armaduras, arcos, espadas, arcabuces, fusiles, tanques y bombas nucleares, a modo genérico. A modo particular emulaban patrones: las cadenas invisibles son las más difíciles de romper, ya que requieren ojos capaces de ver lo invisible… y nosotros lo éramos.
Lo único que nos unía a esos seres miserables eran aquéllas preguntas que afectan a todas las criaturas capaces de pensamiento. Nosotros pensábamos, y dedicábamos décadas a hacerlo. ¿La ventaja? Cuando llevas siglos viendo cómo “ideas nuevas” prometen “nuevos mundos” y una felicidad que tiende al infinito comienzas a percibir una sutil diferencia. Quizá no en las primeras décadas, pero al cabo de los siglos, si has comprendido la mecánica de la Naturaleza y tus pensamientos disponen de un sustrato vivo en el que manifestarse, esa sutil diferencia se habrá hecho tan abismal que los mismos juegos no podrán engañarte, a menos que ésta sea tu voluntad. Y sí, he dicho “vivo”. Porque estamos muy vivos.
Las desgracias humanas no nos son ajenas, ya que el pensamiento es un arma de doble filo. Herramientas útiles como la capacidad de establecer relaciones lógicas y causales de más de un escalón, la imaginación o la creación de Arte, vienen acompañadas de las pasiones más desenfrenadas y los arrebatos más violentos y extáticos, tanto placenteros como dolorosos, eficazmente demostrado por el reflejo de la sangre en los ojos de mis compañeros. A fin de cuentas, ¿qué estúpida y efímera moral podría valernos a nosotros después de siglos de desgracias y engaños? El filo adverso de la espada de una mente superior, era una necesidad de control superior so pena de extinción total. No necesitábamos leyes, porque a pesar de que la muchedumbre nos considerase antinaturales, vivíamos según las normas de la Naturaleza, adaptando nuestra superioridad intelectual a los nichos del ecosistema, respetando el papel de toda criatura biológica. Y es por eso que no todos están preparados para llevar una existencia como la nuestra. La Selección Natural nos hace, a los longevos, la élite de la evolución.