Al principio lo comentó como una obviedad. Después, al ver la ausencia de reacción, intentó describir lo que a él le parecía natural, esperando una respuesta por parte de sus interlocutores. Pero ninguno se movía. Lo redujo a términos lógicos y sencillos, pero seguía sin recibir la reacción esperada. Comenzó a frustrarse, y levantó la voz, gritándolo. Las lágrimas de frustración siguieron la ausencia de entendimiento. No tenía las palabras, la destreza, la velocidad o simplemente la capacidad de hacer que le entendiesen. Entonces lo comprendió. No podían comprenderle porque sus mentes no lo habían experimentado. Y la Puerta de Templo se abrió ante sus ojos.
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