La artificialidad del momento, en general, y de mi sonrisa, en particular, era tan convincente que nadie podía echarme nada en cara. Sabía que la fina capa de mi cráneo que separaba el aire de mi cerebro era el más impenetrable de los muros; sí, podías acercarte cuanto quisieras, pero mis pensamientos iban a seguir siendo míos. Y eso frustra. Pero había algo más (siempre hay algo más). El muro protegía mi interior de los curiosos, sí, pero evitaba que éste saliera también. Cualquiera que juegue a penetrar en mi cabeza se dará cuenta de que la barrera que lo separaba al principio del centro cada vez se ensancha más y más, para terminar descubriendo que en esa habitación ruinosa no hay nada. Absolutamente nada, salvo un instante en el que las luces se encienden y la Luz se apaga. Bienvenidos a mi cerebro.
Cómo es que estoy cómodo en una atmósfera de dudosa moralidad es algo que dejé de preguntarme hace tiempo, y preferí estancarlo pensando que era simple costumbre. Como los animales. Al fin y al cabo dejé de instarle a mi alma que discerniera lo bueno de lo malo en cuanto aquello que duele (de verdad) se asentó en mi pecho y montó su propio campamento. Supongo que eso podría considerarlo el génesis del mundo según yo.
Tampoco es algo que se diferencie demasiado de lo que los demás piensan (aquellos que lo hacen). Existimos en una (llamémosla) realidad inducida en la que se nos enseña a “fluir” (en el mal sentido) de acuerdo a como fluyeron los que estuvieron antes que nosotros. No es que quiera llevar la contraria a todo, al fin y al cabo las normas están para velar por la seguridad y blah, blah, blah… me aburro. Propondría crear un mundo para cada persona tal y como su mente lo interpretara, pero realmente me importa poco lo que pase con los demás y sus cabezas. En serio. No es un “que os den”, es un “me dais igual”. Hasta que me afecta de forma demasiado directa.
Juro solemnemente que esto no ha sido siempre así. Antes tenía remordimientos (y esto es una especie de intro hacia un segundo y más apasionante capítulo). Ahora eso que llamamos conciencia no existe ni en mi cerebro ni en el vacío de mi pecho.
Búscame allá donde la fría y artificial Luz termina y empieza una cálida, acogedora y familiar Oscuridad.
El problema será siempre el cómo te plantees la vida...
ResponderEliminarUn mundo no es un mundo si no hay más personas, a quien querer o a quien odiar...
¿Sabes? En verdad con una o dos tazas por semana siempre vale. Pero todos llegamos a un límite, para luego recuperarnos.
Un consejo: No te mueras, ¿vale?
Con eso nos basta a muchos que no podemos estar ahí.