lunes, 29 de noviembre de 2010

Ofú…

La temperatura era perfecta. La suave brisa que corría por la orilla mecía suavemente mi pelo castaño, mientras que depositaba con timidez el olor del mar en mi nariz, al cual Meotoiwa _Wedded Rocks_ at Sunrise, Mie Prefecture, Futami, Japanacompañaba como acordes a su melodía. A la luz de un anaranjado atardecer suspiré.

A mi derecha, Dorian, sentado en la arena, saboreaba la maravillosa puesta de sol que desarrollaba ante nuestros ojos.

-Bueno, tampoco se está tan mal, ¿no?- me dijo a media voz, como si temiera quebrar el momento perturbando el aire con el sonido.

Asentí lentamente. Si no fuera por él probablemente este atardecer no sería tan acogedor. Me estremecí al recordar cómo llegamos a aquella isla. Y sabíamos que ahora venía una de las partes más duras de nuestro viaje y que tendríamos que superarla juntos.

-¡Eh! ¡Chicos!- gritó una voz desde atrás –Acabo de encontrar un manantial de agua dulce, creo que podremos construir un asentamiento cerca de la base de la montaña.- dijo con una amplia sonrisa cuando se acercó a nosotros.

Con sus mejillas sonrosadas de correr, su largo pelo blanco tapándole los ojos y su sonrisa de oreja a oreja, Dante se sentó a mi izquierda y exclamó de asombro cuando vio la puesta de sol.

-¡Waaaa, ésto es genial! – dijo.

No pude evitar sonreír. Dante era el más joven de los tres, y allí, sentado sobre sus pantalones anchos, su katana a la espalda y sus ojillos brillando a través de su flequillo blanco despeinado, evocaba la viva imagen de la inocencia. Me miró y al detectar un ligero brillo de pena en mi mirada me cogió de la mano.

-No estés triste- me dijo.- nosotros estaremos siempre contigo.- Y volvió a sonreír.

Sí, paradójicamente no estaba solo en esa solitaria isla desierta. Ahora venía la parte más dura.

-Llegar a la cima, allí donde las nubes no tapan el sol.- recitó Dorian como respuesta a mis pensamientos.

Y una vez allí, volveré a ser yo.

* * *

El anaranjado tono de la tarde fue desvaneciéndose, y del rojo al azul de la noche el cielo cambió. La suave brisa, de nuevo, arropó a los tres amigos que yacían dormidos sobre la arena en la orilla del mar.

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