Acampamos en el lago que Dante encontró la tarde del día anterior antes de aquel místico anochecer. Allí, sentado a la luz de la hoguera, esperé a que Dorian y Dante se durmieran y repasé mentalmente los acontecimientos del día. Y el mundo se me vino encima.
Comencé a marearme y tuve la sensación de que el cielo se precipitaba hacia mi cabeza mientras la realidad de mi misión y de porqué estaba allí se hacía más sólida y real.
-Mierda, mierda, mierda…- me repetí, pero irremediablemente comencé a llorar.
El día se me hizo absolutamente insoportable. Recordé las horas pegado a mis cascos de música con dance a todo volumen y una sonrisa más falsa que un Judas de plástico. Quizá el único momento en el que conseguí evadirme fue durante mi entrenamiento con Dante, pero tan pronto como me dejaron solo los recuerdos inundaron mi cabeza.
Me senté a mirar la foto y más me habría valido clavarme un cuchillo en el corazón y retorcerlo, que seguro que habría dolido menos. Imaginé, creé escenas mentales, y me recreé en ellas… intenté transformarlas y no lo conseguí. Entonces cogí el colgante. Y sí, sé que no debería… pero me sentí tan bien…
-Mierda, mierda, mierda…- me repetí, pero volver a notar la Magia del Pentáculo a través de mi cuerpo alivió el sufrimiento cual placebo. Y anestesiando mi dolor me quedé dormido en la playa.
* * *
A medida que la luna fue alzándose, la llama de la hoguera fue desapareciendo. El estanque brillaba con una luz mágica que atrapaba los sentidos, como un espejo plateado sobre el que, en cualquier momento, podía aparecer un unicornio. Quizás me dormí deseando que así fuera. No sé si fue el Pentáculo o la Espada, pero esa noche te sentí a mi lado.