Tear me open, I believe. God will send you back to bleed, and no one can deceive what is ment to be… and “bloody murder” we will scream…
No acostarse a dormir a partir de cierta hora es políticamente incorrecto, al menos en aquel mundo al que Demian no pertenecía. En ese otro mundo, el de lo políticamente correcto, la gente que respiraba conscientemente a esas altas horas de la noche, bajo el políticamente incorrecto abrazo de una luna que, por salir a esas horas, era tan tenebrosa como el ángel Lucifer, y acaso era peor sonreírle abiertamente, ya que la sinceridad que pudiere conseguirse de este gesto se convierte en el más grosero y prohibido pecado. Por supuesto, dentro de lo políticamente correcto. Tarde o temprano te terminas preguntando por lo “políticamente correcto” y su validez.
En el exhaustivo análisis que no me apetece hacer, mi instinto combate por liberarse de un yugo políticamente correcto, por un mundo de apariencias y formalidades donde el camino del hombre ya está trazado: todos tienen claras tus metas, todos saben lo que tienes que hacer, todos lo pasaron peor que tú en una época anterior y, claro, es de ser bien agradecido y políticamente correcto el aprovechar esas oportunidades que el destino generosamente te presta y que a esos, más antiguos que tú, se les negó.
Y luego (o antes) está el dinero. El bendito dinero; ¿para qué la lapis philosophorum, teniendo un sustitutivo más rápido y fácil de adquirir?. ¿Tan bajo has caído que un fajo de billetes mágicamente materializado en tus narices te devolvería la sonrisa? Te juro que si es eso aquello que necesitas para volver a sonreír lo materializaré para ti, y me convertiré en un nuevo tú que compra las sonrisas con dinero. Te juro que por verte sonreír condenaría mi alma a la bajeza y al pillaje en mis vidas futuras como castigo por emplear las fuerzas de la Naturaleza para tan innobles propósitos.
No me puedo dormir. No quiero dormirme. Es ahora cuando quiero un maldito grito que me diga “estás en lo correcto, sigue tu camino”, pero la negación de la Tierra y el silencio del Cielo permanecen inalterables. Es en estos momentos cuando tienes la certeza de una soledad incomunicable que ni el beso más cálido podría disipar, esa certeza de que sabes que lo que te dirán al intentar contarle a alguien “lo que te pasa” no quieres oírlo, porque sabes que no es verdad, porque en el mundo de aquél que te consuela no existen los gnomos, las sílfides, las ondinas ni las salamandras, que los dragones se quedaron atrapados en los límites de las gastadas páginas de los cuentos de Hadas, desechadas en pos de un estilo de vida cuyo parámetro de medida moral es la estadística; cuentos de Hadas que, por otra parte, sigues leyendo antes de irte a dormir, como último bastión que te separa de “ellos”.
-De cuentos de Hadas no se vive.- te dicen. ¿De qué se vive, pues? ¿Qué fue de los héroes que blandían la virtud como arma, de las miradas que al cruzarse detienen el corazón de sus dueños, de los besos que resucitaban el cuerpo y el alma, de la magia de los magos que envolvía los bosques y los castillos y hacían del mundo un lugar mejor al derrotar a la hechicería de las brujas? ¿De qué se vive? ¿De dinero? ¿De dinero?
Y luego tengo el desparpajo de hablar de Dios, con ligereza, con orgullo, con convicción, como me dicen, cuando lo único que hago es sacarme el corazón del pecho y con el rostro y las manos sangrando lo blando hacia el firmamento gritando de desesperación por una señal que me marque sobre el papel el límite entre la cordura y la locura, entre lo real y lo imaginario, entre mi corazón y mi alma. Y el resto tiene la cara de gritar que esta vida no es más que un “asesinato sangriento” a manos de unos pocos, cuando son los muchos y su pasividad quienes lo permiten, porque lo contrario sería políticamente incorrecto. ¡Al diablo lo políticamente correcto!
¿Cómo demonios se escriben las lágrimas, si no es con la pluma del alma y la tinta de la sangre? Hasta que no veamos al Cielo llorar no despertaremos. Y para entonces será tarde.
D.