martes, 30 de agosto de 2011

Bloody Murder

Tear me open, I believe. God will send you back to bleed, and no one can deceive what is ment to be… and “bloody murder” we will scream…

No acostarse a dormir a partir de cierta hora es políticamente incorrecto, al menos en aquel mundo al que Demian no pertenecía. En ese otro mundo, el de lo políticamente correcto, la gente que respiraba conscientemente a esas altas horas de la noche, bajo el políticamente incorrecto abrazo de una luna que, por salir a esas horas, era tan tenebrosa como el ángel Lucifer, y acaso era peor sonreírle abiertamente, ya que la sinceridad que pudiere conseguirse de este gesto se convierte en el más grosero y prohibido pecado. Por supuesto, dentro de lo políticamente correcto. Tarde o temprano te terminas preguntando por lo “políticamente correcto” y su validez.

En el exhaustivo análisis que no me apetece hacer, mi instinto combate por liberarse de un yugo políticamente correcto, por un mundo de apariencias y formalidades donde el camino del hombre ya está trazado: todos tienen claras tus metas, todos saben lo que tienes que hacer, todos lo pasaron peor que tú en una época anterior y, claro, es de ser bien agradecido y políticamente correcto el aprovechar esas oportunidades que el destino generosamente te presta y que a esos, más antiguos que tú, se les negó.

Y luego (o antes) está el dinero. El bendito dinero; ¿para qué la lapis philosophorum, teniendo un sustitutivo más rápido y fácil de adquirir?. ¿Tan bajo has caído que un fajo de billetes mágicamente materializado en tus narices te devolvería la sonrisa? Te juro que si es eso aquello que necesitas para volver a sonreír lo materializaré para ti, y me convertiré en un nuevo tú que compra las sonrisas con dinero. Te juro que por verte sonreír condenaría mi alma a la bajeza y al pillaje en mis vidas futuras como castigo por emplear las fuerzas de la Naturaleza para tan innobles propósitos.

No me puedo dormir. No quiero dormirme. Es ahora cuando quiero un maldito grito que me diga “estás en lo correcto, sigue tu camino”, pero la negación de la Tierra y el silencio del Cielo permanecen inalterables. Es en estos momentos cuando tienes la certeza de una soledad incomunicable que ni el beso más cálido podría disipar, esa certeza de que sabes que lo que te dirán al intentar contarle a alguien “lo que te pasa” no quieres oírlo, porque sabes que no es verdad, porque en el mundo de aquél que te consuela no existen los gnomos, las sílfides, las ondinas ni las salamandras, que los dragones se quedaron atrapados en los límites de las gastadas páginas de los cuentos de Hadas, desechadas en pos de un estilo de vida cuyo parámetro de medida moral es la estadística; cuentos de Hadas que, por otra parte, sigues leyendo antes de irte a dormir, como último bastión que te separa de “ellos”.

-De cuentos de Hadas no se vive.- te dicen. ¿De qué se vive, pues? ¿Qué fue de los héroes que blandían la virtud como arma, de las miradas que al cruzarse detienen el corazón de sus dueños, de los besos que resucitaban el cuerpo y el alma, de la magia de los magos que envolvía los bosques y los castillos y hacían del mundo un lugar mejor al derrotar a la hechicería de las brujas? ¿De qué se vive? ¿De dinero? ¿De dinero?

Y luego tengo el desparpajo de hablar de Dios, con ligereza, con orgullo, con convicción, como me dicen, cuando lo único que hago es sacarme el corazón del pecho y con el rostro y las manos sangrando lo blando hacia el firmamento gritando de desesperación por una señal que me marque sobre el papel el límite entre la cordura y la locura, entre lo real y lo imaginario, entre mi corazón y mi alma. Y el resto tiene la cara de gritar que esta vida no es más que un “asesinato sangriento” a manos de unos pocos, cuando son los muchos y su pasividad quienes lo permiten, porque lo contrario sería políticamente incorrecto. ¡Al diablo lo políticamente correcto!

¿Cómo demonios se escriben las lágrimas, si no es con la pluma del alma y la tinta de la sangre? Hasta que no veamos al Cielo llorar no despertaremos. Y para entonces será tarde.

D.

martes, 23 de agosto de 2011

The Controlled don’t know…

…what to do…

Los símbolos y sus significados. El hombre y Dios. Dios y el hombre. ¿Cómo hacer partícipe al discípulo de tan grandes Misterios, si aún ve con los ojos?

Nos perdemos discutiendo en la materia sobre la materia, sin llegar a atisbar que ni tan siquiera el mundo que creemos “externo” existe fuera de nosotros. Al fin y al cabo ¿qué es lo real, sino lo convenientemente estético? Y así podríamos volver a perdernos en el lenguaje. Quizá el exceso de positivismo nos ha hecho un poco idiotas. Por lo menos no tenemos las (des)ventajas de los atlantes…

El tiempo de mis opiniones está tocando a su fin. Cada vez me resulta más y más difícil emitir una perspectiva, ya que el hecho de buscar un punto sobre el que dar un juicio me cierra la puerta del juicio contrario, o simplemente diferente, y me rebaja a un nivel con demasiada tierra. Y, aunque necesite tierra, también necesito agua, aire, y fuego

Iba a opinar, como casi siempre, sobre cierto tema de relativa actualidad, pero en lugar de eso terminé por escribir esto. ¿Con qué objetivo? Supongo que con el de alienarme a mí mismo y circunscribirme en mi propia autodestrucción a través de los ya recurrentes cuatro elementos de la Naturaleza (clásica), en busca de la quintaesencia alquímica, del perdido Santo Grial al que sólo tres de los doce caballeros de la Tercera Mesa llegaron, y uno volvió, y en el que sólo yo parezco seguir creyendo. Quizá, simplemente, me estoy volviendo loco (uhm, galletas)… hay veces en que no sé, como decía Merlín, si estoy soñando o si alguien me sueña a mí. Necesito desahogarme, escarparme, necesito ritmo y melodía en demasía y sin armonía consistente, necesito ese apego que viscosamente se extiende a mi alrededor y que mis coetáneos utilizan para imitar a las gaviotas de Nemo, porque siento que me deslizo cuesta abajo y sin frenos hacia un lugar en el que la nada no es el todo, sino, efectivamente, la nada. Por otra parte, disfruto de la caída. Y el viscosismo me da un poco de… uhm… repelús.

Es como…

Uhm… no. Quizá todavía es demasiado pronto. Hay demasiado aire avivando el fuego.

D.

lunes, 22 de agosto de 2011

Iacobus

The road goes ever on and on…

Quizá proponerse relatar la aventura de forma íntegra sería pedir demasiado. Probablemente cambiaría datos, olvidaría pequeños detalles, confundiría el tiempo y el espacio, y a veces ni tan siquiera sabría si realmente llegamos a vivir lo que cuento, o si, por otra parte, fue un sueño más en una de las cálidas (y no tan cálidas) noches de verano en que dormimos bajo un cielo gallego teñido de historias (y galletas).

Las sensaciones y emociones tampoco serían fáciles de comunicar. Aquí Dios sabe si por intimidad, o como pretexto para enaltecer la figura de aquellos que caminamos en busca de algo más de lo que solemos encontrar en nuestra cotidianeidad, no sería conveniente exponer aquello que llegamos a vivir… no es, tampoco, que lo que ocurrió en el Camino se quedara en el Camino… aunque en el caso del poni sí que fue así.

También tuvieron un papel importante las ideas que se crearon. Lejos de comenzar a divagar sobre las mismas como acostumbro a hacer cada vez que alguien saca el tema, sí que cabría señalar que se crearon nuevas ideas y se compartieron las propias, mezclándolas con las ajenas y, en ambos casos, éstas y aquellas flotaban sobre nuestras cabezas bailando al ritmo de nuestras botas (o botines, o chanclas).

Por último, y no por ello menos importante, tenemos el alma. Nuestro alma que comenzó cargando con el peso de las aspiraciones, los ideales, las esperanzas y, en definitiva, con todo lo que la vida había hecho de nosotros hasta poner el primer pié en el Camino. En éste caso, e inversamente proporcional a lo que ocurría con nuestras mochilas (al menos con la mía), el espíritu de cada uno de los caminantes se iba aligerando de los recuerdos de una vida acomodada (aunque se llegara a echar de menos a quinientos metros de Palas de Rei) y comenzaba a volar libremente entre los árboles y campos, entre las montañas y los valles, a través de las iglesias antiguas y albergues cada vez más llenos de turigrinos (o perituris, según el evangelio apócrifo de San Javier), entrelazándose con almas ajenas y llegando a considerarlas propias y cercanas como nunca esperaste que fuera a suceder.

En mi caso, que ni aún tratándose de mí podría poner la mano en el fuego a la hora de dar crédito a aquello que relato: los hechos, los sentimientos, las ideas y el espíritu se combinaron al final de la etapa en forma de lágrimas a modo de capítulo final, aunque la sensación fue más bien de prólogo. Pero eso no es más que el omega de esta aventura.

Los protagonistas… bueno, éramos cinco, principalmente, a veces siete, y a veces incluso más. Dedicarles unas palabras a todos sería difícil e injusto, porque todos merecen más de lo que pudiera escribir, y a veces, como en el caso de cierto italiano, sería casi inmoral no dedicarle, al menos, un capítulo entero, precisamente por la dudosa moralidad de sus despedidas. Pero como todavía no alcanzo la infinita capacidad de la teodicea: gracias David, Javier, Paloma y Ana. Gracias, también, a Encarni y a Lola, y a Andrea y Max. Supongo que gracias a Miguel y a Lorenzo también… al fin y a cabo nada habría sido como fue de no ser por todos. ¡Ah! ¡Y por supuesto a Neptuno!

Así pues, como probablemente tendría que escribir un libro sobre la peregrinación, y el objetivo de este texto dista mucho de tal meta, habrá que conformarse con saber que no salimos como entramos, que me llevé más de lo que traje (menos el poni; quiero un poni) y que estoy radiante de algo muy parecido a la felicidad por todo aquello que ni aún los más remotos tiempos y paisajes podrán borrar de la memoria de mi alma.

Quiero un poni. (O empiezo a decir la edad de cada uno).

Á.