miércoles, 14 de septiembre de 2011

Moonlight

La noche del alma era como llamaban a ese sentimiento. Para alguien no acostumbrado a reflexionar le resultaría un estado meramente transitorio en el incesante giro de la rueda de la vida en la que viaja, que le causa cierta incomodidad y malestar, y quizá algo de indisposición.  “Un mal día”, digamos. Otros, quizá sí más dados a pensar sobre sí mismos y el mundo, entenderán la esencia de esa mágica noche y se sentirán abrumados por el aullido de los perros a la luna llena, tendrán la sensación de andar hacia atrás y la tentación se presentará en forma de agradable, aunque ilusorio, refugio hacia el que escapar de su Yo más interno.

La magia de la noche de la luna llena, pues, residía en su capacidad para estancarnos. Tenuemente visualizamos el Camino… sabemos que está ahí… pero el miedo y el cansancio amenazan nuestra determinación y la roen como un ácido al abrazar un metal. Está, sí, y sabemos hacia dónde continua, pero parece que aquél que realmente complace nuestros deseos más masoquistas es el sádico que llevamos dentro; y es en ese momento cumbre cuando ambos se complementan bajo una luna que nunca jamás brillará con su propia luz.

El guerrero alza su espada y presenta sus plegarias al astro de plata mientras pronuncia en voz baja una plegaria con el corazón, una plegaria que reza día tras día para que su arma, parte de su cuerpo y prolongación de su esencia pueda mutilar los demonios a modo de entrenamiento para, un glorioso día, derrotar al mismísimo Diablo y, por ende, a Dios.

D.

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