Por J. Tyrson
...porque todo esto ha ocurrido...
....tal vez... a alguno de nosotros...
El viejo me observó con una mirada arrugada, fría y gris.
Si no me hubieran hablado de él, si no hubiera recorrido gente, países y situaciones para llegar hasta él en ese momento, seguramente me hubiera marchado. Ni siquiera hubiera entrado a aquella pocilga que era la casa del viejo. Y mucho menos hubiera caminado tantos kilómetros por aquel páramo.
Todo parecía gris, como él, como el polvo que parecía cubrirlo todo. Su edad era..., era…, no sé. No lo sé. Viejo, eso sí, muy viejo. Arrugado, se movía con un poco de dificultad, y con los ojos ardientes, brillantes, como vidrios vivos.
Pero ya estaba allí, ¡al fin! Podría haber llegado antes, sin gastar tanto dinero, sin viajar tanto y preguntarle a tanta gente. Lo único necesario para encontrarlo había sido desearlo, necesitarlo fervientemente.
Todavía no me explico bien cómo llegué a esta cabaña. Ni me importa mucho. Había encontrado al viejo, a la persona que tiene todas las respuestas del mundo.
Lo que me desilusionó fue el aspecto de todo aquello. Él era gris, como ya les conté, la cabaña era muy diferente por dentro de lo que parecía por fuera. Hubiera esperado encontrar una cómoda estancia rural, estufa a leña, reposeras y todo lo demás. Pero no. allí estaba yo, sentado frente a una máquina de escribir con un papel en blanco. Y el viejo que me miraba, parado frente a mi, casi agazapado. Por detrás, se veían paredes y más paredes, enormes, repletas de estantes, cubiertas de libros. Era, evidentemente, mucho más grande por dentro que lo que se veía por fuera. Pero preferí no pensar en esa distorsión. Lo importante era saber preguntar, era una oportunidad única.
El viejo me miraba y esperaba.
Dudé, temí. ¿Por qué a último momento la duda y el temor, cuando uno verdaderamente va a saber, va a entrar en un universo diferente? ¿Por qué?
Tenía mil preguntas, tenía series interminables de preguntas. Temas a desarrollar, asuntos en los que profundizar. Y ahora que estaba allí...
-¿Qué es Dios? –fue lo que atiné a decir con temor a que esa situación desapareciera.
Me pareció que el viejo sonreía ante la pregunta. Tuve la amarga sospecha de que era una pregunta reiterada.
Se dio vuelta y fue hasta la biblioteca. Buscó, miró, pensó, eligió un libro, pequeño, viejo, lleno de polvo, como todos los demás. Lo abrió. Me pareció que movía la cabeza, satisfecha.
Cuando me lo dio, vi el título de un cuento. Comencé a leer.
DIOS ESTABA SOLO
Cuando mi Padre coaguló, fui en toda mi dimensión. Todo mi ser era la totalidad.
Dentro de mí, la luz era mi luz, la oscuridad era mi oscuridad, y la infinita potencia de la existencia latía impaciente.
Me regocijé en ella. Era punto y fui onda, era posibilidad y fui infinito. Había creado el espacio y el tiempo. Una pequeña contracción... y fue la materia.
Y de pronto, una extraña fuerza que provenía de mi devenir dio lugar a la vida. Me contemplé en ese proceso y me maravillé, impulsé el devenir y la vida fue más y más compleja, más y más maravillosa. Pero una extraña ansiedad surgía, algo misterioso e incomprensible venía desde el fondo de mi eternidad.
De pronto, se hizo evidente, mi omnipotencia no era tal, había algo que no comprendía: el por qué de mi creación. Supe, que averiguar ese por qué, era la razón de mí ser. Y conocí la angustia.
En un supremo esfuerzo por saber di existencia a mi máxima obra, y para que fuera perfecta, la hice a mi imagen y semejanza. Y fue el hombre en el universo. Pero allí mismo finalizó mi potencia creadora en cumplimiento de una misteriosa ley que no comprendía.
Miré al hombre y no me vio. Ya no había creación, tan solo transformación. Y una lenta entropía comenzó a devorarme.
Grité y el hombre no me escuchó, lo vi buscarme sin encontrar, lo vi pensar sin comprender, lo vi intentar amarme sin conocerme. Y vi cómo me dividía con desesperación. Conocí la soledad... y lloré.
...................................................................................................................................................
El día era gris; sin frío ni calor, sin lluvia, sin sol. Si no fuera, nada cambiaría.
El hombre caminaba por el parque. Él también era gris.
-¿Habría cambiado el mundo si no hubiera nacido?- se preguntó, como tantas otras veces.
Y como tantas otras veces quedó paralizado sin encontrar una respuesta.
El hombre no parecía tener una edad definida, ni nada que, de alguna forma, lo hiciera diferente, a no ser por los tres o cuatro libros que apretaba bajo su brazo. Solamente el muy leve arrastrar de sus pies y los hombros un tanto caídos, permitían sospechar una vida en la que ni siquiera había fracasado, porque no era consciente de haber intentado nada.
Se sentó en un banco de la plaza, frente a la iglesia.
Contempló, al frente, la estructura pétrea y gris, símbolo de un deseo impreciso e inconfeso.
Miró hacia abajo, hacia los libros que descansaban en sus rodillas. Y en ellos vio la síntesis de la soberbia humana que, en la infinita pequeñez de su percepción hacía esfuerzos titánicos por trascender un devenir que no llegaba a comprender.
Se sentía cansado, muy cansado. Su tiempo, sin hitos y sin referencias, casi había desvanecido el viejo mordisco de la soledad.
Recordó sentirse solo hace años cuando, siendo muy niño, en la escuela, todos se rieron de él al orinarse encima. O cuando vio que aquella muchacha a la que amó en silencio se casó con su compañero más querido. Después la soledad y él fueron uno, sin nada ni nadie que hiciera evidente esa condición.
Su mirada, un tanto desenfocada, vagó por el entorno. La iglesia, el cielo, la gente que pasaba, todo era gris, sin sentido, disociado.
No supo cuando sus ojos quedaron fijos en aquel cantero. Ni cuando comenzó a sentir cómo, de lo más recóndito de su alma, surgía en silencio un alarido desgarrador.
-¿Por qué?- se preguntaba, sin saber si era él quien lo hacía.
Sintió una extraña sensación de irrealidad, angustia, miedo, algo le estaba pasando. ¿Era verdaderamente en él que sucedía?
Quiso levantarse para salir de allí, pero sus ojos continuaban prisioneros de aquel cantero.
Estaba petrificado, ya nada más existía, solo él, el cantero y la realidad de su observación. En esas tres entidades algo monstruoso, grotesco y chocante acontecía: el hombre gris estaba viendo llorar a una flor.
Y allí, en esa coordenada insignificante y casi despreciable del tiempo y del espacio, la realidad del mundo y del Universo comenzó a hacerse pedazos.
Por esa grieta de percepción vio llorar a todas las flores, a todos los hombres, a toda la vida sin saberlo, y sin lágrimas.
Y él, solo, omnipotente y majestuoso como un Gran Hacedor, supo que, con su propia observación, podía cambiarlo todo y detener el llanto del Universo. Porque esa realidad ocurría en su propia conciencia, y en ella todo lo era.
Procuró serenarse, objetivar el poder de su voluntad. Escuchó, pudo oír las voces del tiempo, de todos los tiempos. Miró, y vio el infinito. Quiso amar, y entonces comprendió el maravilloso instante de sincronismo que había dado lugar al milagro. Miró la iglesia, los libros, rió. Miró la vida, y fue feliz. Miró en su interior y supo que él también podía hacer milagros, siempre lo había podido.
...................................................................................................................................................
Comprendí. Supe que existía desde que alguien pensaba en mí. Supe que era eterno desde que alguien me comprendía. En algún lugar del Universo, en una recóndita partícula de mi ser, eso había ocurrido. El Propósito de la vida, el ansia de mi creación tenían esa sencilla explicación, que alguien me conociera, un hombre gris lo había hecho. Y juntos, el hombre y yo, comprendimos el Propósito de mi Padre: que la vida fuera cada vez más y más perfecta. Y que alguna vez, alguien lo descubriera a él.
La creación podía continuar, el hombre llegará a hacerlo. Y a los ojos del hombre no fui justo ni injusto, ni malo ni bueno, simplemente fui, más sencillo, más grande, más cerca... Y el pecado desapareció del mundo de los hombres. La ley superior del Cosmos se cumplía, el hombre y yo fuimos uno. No estaba solo.
...................................................................................................................................................
El hombre comenzó a caminar por el parque, erguido, sonriente. Todos lo miraban y le sonreían mientras una nube de pájaros lo acompañaba y las flores cantaban a su paso.
El hombre ya no era gris, el día tampoco. Ya no estaba solo.
...................................................................................................................................................
La creación continuaba, y en el Cosmos, un Universo detenía su fatal entropía.
fin
Terminé. debo confesar que me sorprendió un poco. yo siempre había pensado que..., no sé..., algo más formal, mas ordenado, no tan dependiente...
¿Dónde quedaba todo aquello del bien y del mal?
El viejo me miraba y levantaba las cejas, me estaba apurando a la próxima pregunta. Yo quería pensar un poco. Me agarré de lo último que estaba pensando, no sea cosa que mi oportunidad terminara allí, dejándome más confuso que cuando llegué.
El Bien y el Mal.
-¿Y el Diablo, qué es eso del Diablo y el Mal?
Iba a redondear más la pregunta, pero ya tenía otro cuento en las manos.
(continuará)
D.
No hay comentarios:
Publicar un comentario