Los sentimientos afloraron con el primer acorde de la canción y todo mi espíritu vibró con intensidad. Al principio, como ya era costumbre, mi mente hizo el trabajo de raciocinio, para reconducir esas vibraciones y convertirlas en canción, y mi consciencia comenzó a separarse de la situación, en un esfuerzo, ya reiterativo, por objetivarla… y empecé a sentir conscientemente.
Noté una leve presión en el pecho; me temblaban las manos mientras agarraba mi guitarra y una tímida sonrisa se asomaba en mi rostro. Todo mi cuerpo parecía más debilitado, más frágil, y una extraña sensación se apoderaba de mis pensamientos, que apenas podía distinguir en la mezcla entre los eternos opuestos y complementarios amor y odio que hervían en algún rinconcito de mi mente, ahora bajo la estricta supervisión de una voluntad consciente que no la dejaba rebelarse más de la cuenta.
Si tuviera que explicar la sensación, diría que era como estudiar la fauna en la Naturaleza, siendo la propia fauna la que se estudia a sí misma en su entorno. Es la sensación de ser la roca y sentir cómo te fragmentas por el calor, ser la flor y ver cómo absorbes vitalidad del Sol, como ser el pájaro y contemplar cada detalle del vuelo, cada movimiento del ala, cada soplo de aire bajo las plumas. Y no es poesía; es ciencia.
D.
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