Si te dijera que la canción comenzó a sonar sin querer te estaría mintiendo. Sería más correcto decir que la puse para “accidentalmente” acordarme de ti. Pero estaría, también, mintiendo.
En cualquier caso no pude evitar mirar la foto pinchada con cuatro chinchetas, y, con cuidado, la saqué de su soporte flotante improvisado y leí aquello que estaba escrito por detrás. “Gracias”. Otra vez. Con el coraje que me da que me des las gracias.
¿Cómo me vas a dar las gracias siendo tú el que me sacaste una sonrisa sabiendo que perdí mi motivo para sonreír? ¿Cómo, aún viendo que mi corazón había perdido su interés por latir, me das las gracias, tú, que lo has estado cuidando como si fuera el tuyo propio llegando a olvidarte de ti? ¿Cómo me vas a dar las gracias, tú, habiéndote visto sometido a cientos de instantes de indecisión en los que no sabías si eran tus labios los que yo realmente quería besar y aún así besaste?
Las gracias te las tengo que dar a ti, que nunca pensaste en lo que tú querías y que aún sabiendo que podría hacerle daño a tu corazoncito no me dejaste solo cuando te dije cómo me sentía. No me des las gracias por algo que, hasta ahora, ha sido más mérito tuyo que mío. No me des las gracias por dejarte besarme pues soy yo quien debería dártelas a ti por tan solo darme la mano, y confiar en mi sin tener evidencia de que no te vaya a fallar.
En serio: gracias. Gracias por tus ojitos, por tus sonrisas, por tus caras de pena, por tus llamadas, por tus caricias, por tus abrazos, por abrirme tu corazón viendo más allá de la apariencia y entendiendo que tan solo soy un niño, aunque caprichoso, inseguro y asustado.
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