martes, 22 de junio de 2010

Ñam


El ave empujó a su cría del nido hacia el vacío. El pajarillo empezó a agitar sus alas con nerviosismo a medida que la adrenalía subía por la caída. Cada vez se acercaba más al suelo. Tengo que volar, tengo que volar, pensaba. Estaba a punto de estrellarse cuando de repente sintió que el suelo de hojas del bosque se alejaba cada vez más de sus pies... y que él no movía las alas. A penas le dio tiempo de sentir nada más cuando el pico de acero del ave rapaz se le clavó en el pecho y le atravesó de lado a lado, espachurrando cada uno de sus órganos mientras el sabor ferroso de la sangre le llenaba el esófago. El halcón peregrino se alejó agitando las alas con elegancia y se perdió en el horizonte.


Al menos el pajarillo voló, ¿no?. Es lo que importa.

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