domingo, 18 de octubre de 2009

-...¿porqué se detiene?...- dijo el príncipe


Invierno

La suave brisa que entra por la ventana me acaricia dulcemente la mejilla y agita con timidez una de las lágrimas que comienzan a caer. Una triste melodía comienza a sonar en la lejanía del bosque, de ninguna parte y de todas a la vez, tiñendo la habitación de un azul frío como la nieve que cubre cada una de las torres de palacio.
Nieva...
A medida que la nieve cae mi corazón se congela al compás de la triste melodía. Ya nada importa. Ya nadie importa. ¿Porqué habría de importarme algo más? ¿Porqué habría de importarme alguien más? Ahora seré frío como el hielo. Ahora todos sabrán lo que es sufrir. Todos los que se oponían, todos los que hablaban a mis espaldas y conspiraban contra mí, todos aquellos que consideraron que alguien como yo no tiene derecho a amar. Que no puedo amar a quién quiera. Que tengo que amar a quien escojan.
No.
Eso no es justo.
Pero quizá así me sentiría mejor…
… o quizá no tanto.
Sea como sea, no va a volver. Nada hará que vuelva. Nada. Y poco a poco la verdad oculta de mi afirmación va generando en mi cabeza una idea cada vez más real, que me repta por la espalda en forma de escalofrío. Me mareo. Me mareo y no puedo sostenerme en pié. Me siento en el alfeizar de la ventana como tantas otras noches había hecho quién ya no volvería a hacerlo, quien ya no volvería a tocar para mí, quien ya no volvería a mirarme a los ojos como nadie se había atrevido a hacerlo… quien ya, en la lejanía que separaba nuestros mundos, no volvería a quererme.
Con la realidad, la melodía se detiene. ¿Porqué se detiene? Me agito nervioso. Necesito que vuelva a sonar. Necesito seguir escuchando la música. Necesito seguir escuchando su música. ¿Porqué se detiene? Sollozo y escondo la cara entre las rodillas, rompiendo a llorar como nunca antes había llorado. Ahora no puedo controlarlo. Mi desgarro es tan grande… tan intenso mi dolor. ¿Porqué se detiene? ¿Porqué no suena?
-¿Porqué te vas?- susurro-¿Porqué me dejas? Me dijiste que nunca te irías…-
Levanto la mirada y mis ojos se iluminan con la pálida sonrisa de la luna-nuestra luna-. En lo más profundo del bosque me parece ver una luz… pero no puede ser. No está. Se fue. Y ahí estaba otra vez la suave y melancólica melodía sonando.
-No puede ser…-vuelvo a susurrar.
Corriendo me bajo del alfeizar y atravieso la habitación como un rayo en dirección a la puerta, que se abre sin oponer resistencia. Apenas tardo unos segundos en alcanzar los hermosos jardines que rodeaban palacio. La fría nieve perfora la planta de mis pies como cuchillos, pero ahora todo me da igual. Ahora solo quiero llegar al bosque.
-¡Alteza!-alguien grita-¡Alteza, volved a palacio!-
Pero yo no escucho y continúo corriendo. Oigo que el alboroto va en aumento en la distancia, pero su melodía seguía llamándome.
-¿Dónde estás?- digo en voz baja.
Ya estoy en los límites del bosque. La melodía suena tan cercana que voy olvidando que acabo de despertar a medio palacio.
-¡¿Dónde estás?!- sin contener mi rabia grito tan alto como puedo.
Como respuesta la melodía cesa. En mi desesperación me dejo caer al suelo de rodillas y me tumbo sobre la nieve… vuelvo a llorar… pero, ¿qué es eso? veo una luz. Brillante y pálida se posa con gracia sobre el manto blanco en el que se congelaban mis lágrimas. Al levantar la vista veo que la luz se rompe en mil pedazos y suena algo parecido a una risa. Extiendo la mano para recoger lo que había dejado aquella extraña lucecilla y descubro una pieza de fría plata. Era la mitad de un colgante. Era la mitad de su colgante. Todo se oscurece de nuevo y siento como si cayera. Y en esa oscuridad, por una fracción de segundo, me parece escuchar los últimos arpegios en decrescendo de una melodía que nunca volvería a ser interpretada.

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